26.02.2017. Redacción.
Por: Presen Simón
Socióloga y mediadora
RMF 328 Dirección General de Relaciones con la Administración de Justicia
Comunidad Autónoma de Canarias
Parece que en los últimos tiempos nos hemos habituado a leer noticias relacionadas con el futbol infantil y que se repiten igual en cualquier punto geográfico. Lo peor es que estas noticias están protagonizadas por adultos, los papás, las mamás y las parejas de estos.
Parece también que, producto de la frecuencia con la que estos hechos se producen, vamos aceptándolos como algo natural, justificándolo por la pasión con la que observamos a los pequeños desarrollar sus habilidades en el terreno de juego. El comportamiento tan agresivo que se ha alcanzado en el deporte infantil y adolescente, principalmente en el fútbol, nos tiene que hacer reflexionar sobre la necesidad de que se planteen soluciones orientadas a reducir estas actuaciones. El deporte tiene que ser una herramienta que dote a niños y adolescentes de comportamientos adecuados en el desarrollo de sus relaciones con los demás
El objetivo de los deportes de competición es el de batir y aniquilar al enemigo, por lo que se parte de la agresividad, se parte de ganar al enemigo y celebrar esa victoria. Asumiendo que somos seres civilizados y como tales deberíamos actuar, podríamos concebir el fútbol como la guerra en el campo de juego, pero desarrollada por medios pacíficos. De hecho, hay cuatro herramientas que se han ido perfeccionando con el tiempo, tales como la creación de una institucionalidad que vela por la justicia (Federación Internacional de Fútbol Asociado – FIFA), el desarrollo de una normativa (las famosas 17 reglas), la creación de un juez para imponer las reglas (el árbitro) y el impulso de una política anti violencia (fair play).
Y si esto es así, sabiendo que existen normas e instrumentos orientados a evitar o erradicar la violencia en el juego, yo me pregunto, ¿por qué teniendo en cuenta la relevancia de este deporte, no se utiliza para formar en valores a niños y adolescentes a través de su ejercicio? ¿por qué los adultos, en lugar de esto, nos limitamos a transmitir mensajes negativos vinculados con la competencia, el “exitismo” y el individualismo?.
Actualmente el fútbol infantil está encaminado hacia la competencia. Competencia a la que lo llevan dirigentes, padres y técnicos. Competencia para la cual los niños no están preparados. Esto no quiere decir que cuando el niño juega, no compite; por el contrario, sí lo hace, y con el objetivo de ganar, porque para eso juega. Nadie juega para perder. Pero deben entender los mayores, e inculcárselo a los pequeños, que son muchas más las veces que se pierde que las que se gana. La cruel realidad es que solo hay un campeón, el resto se queda en el intento.
A nivel de infantiles, el niño juega, no compite. O, si preferimos, no le preocupa la competición como forma reglamentaria y mantenida. El esfuerzo y consiguientemente, el desgaste que de él deriva, son realidades ajenas al interés del niño. El niño se acerca al fútbol, por gusto, interés, ganas de divertirse. Esta predisposición del niño por jugar no lleva implícito otra cosa que eso, jugar, sin cargas psicológicas ni tensiones por el resultado del juego. Estas cargas o tensiones aparecen cuando el juego, el deporte, se convierte en competición, en ganarle a otro. Este factor habría que introducirlo cuando el joven ya ha alcanzado la madurez psicológica para poder hacer frente a todo lo que esa competencia implica.
No niego que el resultado forma parte de un momento de alegría por el triunfo o de tristeza por la derrota. Alegría o tristeza que tendrán menor o mayor repercusión de acuerdo a las exigencias del adulto. Todo está diseñado por adultos para conseguir un rédito que va, desde el interés de los técnicos por vencer, pasando por el interés político de los dirigentes de la institución y terminando en el interés económico de los padres que creen que su hijo podría convertirse en el próximo Mesi o Ronaldo.
Abandonemos estas prácticas nocivas para el desarrollo de los niños; permitamos que jueguen, que disfruten, que aprendan valores para la vida, que sean, en suma, niños felices para que lleguen a convertirse en adultos felices. El deporte infantil y juvenil debe ser cosa de niños, adolescentes y adultos, siempre y cuando, en el caso de los últimos, no se siguiesen los lineamientos equivocados de competencia, afán de victoria, “ganar o ganar”…
Como dijo Nelson Mandela, “El deporte tiene el poder de cambiar el mundo. Tiene el poder de inspirar. Tiene el poder para unir a las personas de una forma que pocas lo logran. El deporte puede hacer resurgir la esperanza allí donde solo hay desesperación.”