13.06.2017. Redacción / Opinión.
Por: Victor Yanes
El neoliberalismo, con su santificado misticismo de dólares o euros, tiene su credo; ciertos veganos, de elevada brillantez espiritual de buenos alimentos, tienen su credo; los hombres del catecismo antiguo y mugroso también tienen su credo; ciertas feministas tienen su credo para una interpretación absoluta de la realidad; algunos discípulos de Buda, que meditan y no regresan, también poseen su credo; las madres dominantes y los padres alcohólicos y pasotas también tienen su credo. Tienen su credo los dañados por la historia que se sienten con el derecho a montar un escenario de terror que decore sus vidas. Los animalistas tienen su credo, los vegetarianos y los defensores de la carne asada también tienen su credo. Los fumadores, los abstemios de la liga antidroga, tienen su credo; y los del cinturón de castidad mutilando el pene, tienen su credo. Tienen su credo los millonarios que no quieren tributar a la hacienda pública patria por el enorme tamaño de su patrimonio. Tienen su credo hasta los poetas que se creen incluso indispensables poetas.
Nuestra principal riqueza es la diversidad y bajo las manifestaciones de buena voluntad que reconocen la urgencia de confluir y conciliar, subyace un fuerte deseo de acatar el mandato del enconamiento filosófico, político, sexual, emocional o de cualquier otra índole. Debe ser que los sentimientos humanos de profundo desamparo, arruinan siempre los buenos propósitos de promover la empatía en nuestras relaciones, sonando la democracia con la música monótona de un mantra repetido que favorece la existencia de cursos acelerados de cosmética política.
Y en medio de todo este lío capital, el agujero de la grotesca emocionalidad continúa creciendo. Me planteo quién está dispuesto a dar un paso al frente y desertar de la obediencia al orden establecido, porque por orden establecido también podemos referirnos, hoy en día, a un patrón de conducta que basa su razón de ser en la dictadura de las emociones desbocadas. Sabemos de sobra que es más fácil agarrarse al efluvio emocional y desde ahí crear un mundo de amigos incondicionales y ruines adversarios, que elaborar un juicio honesto y sin trampas sobre la realidad, sobre quiénes somos nosotros mismos, antes que defender, en ocasiones violentamente, ideas que se suponen podrían transformar situaciones injustas.
Vamos directos hacia el caos, hacia la incineración final de cualquier esperanza. Las graves dificultades a la hora de analizar con sosegada racionalidad situaciones sociales enormemente conflictivas, nos están precipitando hacia la guerra total. Cada grupo humano que defiende una loable postura ideológica se encierra, no en pocas ocasiones, en la burbuja endurecida de su credo, terminando por convertirse, dichos grupos, en garantes de una postura intransigente que no permite la confluencia simple y necesaria de seres humanos, que viven sus vidas, en convivencia inevitable.
¿Se trata entonces de intentar intervenir en la realidad social de un país sin promover siquiera un modo de escucha, abandonando la atmosfera ya enrarecida de nuestra propia verdad? Con la hipersensibilidad emocional, amigos, cualquier intento de cambio real se hace imposible. Triste individualismo, presente en las organizaciones, grupos humanos políticos, culturales, espirituales incluso, que estiman que la utilidad de sus argumentaciones es tan evidente como urgente y necesaria y que no han de ser directamente confrontadas ni puestas sobre la afilada mesa del debate plural. Así nos va, caminando con paso firme hacia el embudo grasiento del impulso emocional y fanático por el que se seguirán perdiendo clarísimas oportunidades, pintadas de un razonable cambio de paradigma. Talento hay, pero orgullo de estúpido narcisista herido, también. Divide y morirás. Es el fin de la política, amigos.