22.06.2019 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Sin duda, algo esta cambiando en nuestro país. Yo no sé si vamos evolucionando o vamos retrocediendo, pero si olfateo, veo e intuyo, que España ya no es la misma de aquella España que se liberó de la dictadura del franquismo, tras la muerte del caudillo el 20 de noviembre de 1975. Una generación que comenzó una transición con grandes líderes, todos ellos aspirantes a un consenso democrático encabezado por el llamado “padre” de la democracia española, Adolfo Suárez. Ese fue el comienzo de un largo peregrinaje hacia la libertad y el nacimiento de una Constitución española que avalaba los derechos y obligaciones de todos los españoles. Ni que decir tiene, que el camino de un nuevo cambio político, social y económico fue tarea fácil, pues no en vano aún quedaban muchos restos ideológicos de simpatía y lealtad de muchos seguidores del viejo caudillo. Un nuevo pensamiento y una nueva generación comenzaban a resurgir a finales del siglo XX y XXI con ideologías “hambrientas” de una izquierda con ganas y voluntad de borrar todo aquello que representara al franquismo de antaño. Y a buen seguro que se hizo.
España comenzaba a cambiar lentamente con pasos seguros y consensuados. El nacimiento de nuevos partidos políticos demostraba que la democracia española era tolerante y flexible a la hora de dar oportunidades a las libertades y derechos de todos los españoles. Una nueva generación atrevida y con ganas de ser escuchada y respetada, se dejaba oír en todo el territorio nacional. Europa, esa vecina que se muestra vigilante de todo aquello que hacen sus vecinos europeos, también se preparaba para un nuevo cambio ante las amenazas de los países imperialista que se jactaban de ser los más poderosos en todos los terrenos. España caminaba hacia un nuevo cambio. Mientras tano, los más viejos del lugar, aquella generación que vivió directamente con el sistema del franquismo, mostraba su preocupación ante ese cambio en la lucha por las libertades de aquella España oscura y militarizada, donde los grises y otros mandos policiales, torturaban y amordazaban las bocas de todas aquellas personas que reclamaban libertad, derechos y justicia. Yo fui niño de aquella infancia; de aquella época de la posguerra entre bandos divididos por republicanos y franquistas. Un guerra civil entre hermanos y amigos.
Secuelas que dejaron miles de muertos, atraso, hambruna y pobreza. Un país donde “no existe el futuro, solo la miseria”, como diría más tarde el cantautor Carlos Cano. Cuando finalizó la Guerra Civil, España era un país hundido, de calles de tierra o a lo sumo empedradas, de ancianas guardando luto mendigando por las esquinas y niños desamparados corriendo de un lado a otro entre ruinas, de analfabetismo y penuria. Un pasado que ni tan siquiera merece ser recordado, pero para las personas que las vivieron y la sofrieron, jamás podrán olvidarlas de sus memorias y arrancarlas de sus retinas.
Hay quien piensa que no ven nada claro lo que actualmente esta sucediendo en España.
No sólo por las cifras de paro, demasiado elevadas para lo que cualquier sociedad se puede permitir, ni por la deuda acumulada o por las dudas sobre el futuro de la UE. España, como buena parte de Europa, está inmersa en una corriente que amenaza con llevarse a su paso buena parte de lo adquirido en la segunda mitad del siglo XX. La clase media que conocimos está desapareciendo, arrastrada hacia abajo por la dinámica del desplazamiento, y el estado de bienestar está cambiando definitivamente de rostro, y ello en un contexto en el que la población europea se siente en peligro por la competitividad de bajo coste de China, India o Indonesia, por las luchas geográficas por hacerse con la generación de valor añadido, y por las tensiones que provocan los cambios de dirección en los flujos financieros.
Según los nuevos intelectuales, y aunque parezca lo contrario, las luces son más que las sombras, apunta Daniel Lacalle, algo de lo que quizá no nos demos cuenta porque estamos inmersos en una depresión anímica que no nos deja apreciar nuestras posibilidades. “A lo mejor España está algo anestesiada por esos años de expansión del crédito y de dinero fácil, pero tenemos que tener en cuenta que es un país que siempre ha salido fortalecido de las crisis.
Así pues, estamos ante un nuevo cambio de pensamiento; de modelo político, social y económico. Lo único que parece no haber cambiado mucho es el mundo eclesiástico, aunque el Papa Francisco intente buscar un nuevo modelo religioso basado en la fe y en denunciar la corrupción de los ministros de Dios. España ya no es tan adolescente.