Epicenos.

12.11.2016. Redacción.

Por: María del Pino Fuentes de Armas.

No se confundan los mal pensados que no voy a escribir sobre el “canalillo”, ese suave valle que se forma entre los senos de una mujer, y por el que suspiraba media España en la época de las panderetas y el olé. Hoy la cosa ha cambiado, ya no se tocan las panderetas con la misma alegría y al turista no se le engaña con unas palmas, un abanico y una ramita de romero. Todos nos hemos vuelto más cultos e internacionales, «somos europeos».

La evolución de España ha sido evidente, en gran parte por las sinergias culturales que nos han traído, - de todo el mundo-, usos y modos que poco o nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia, perdiendo identidad, pero es el peaje de la transculturización, ¡algo habría que pagar¡ Pero lo más grave es que los españolitos seguimos siendo «quijotes», y si me apuran hasta «asaltadores de caminos», algo que va en nuestra genética y que permanece en la historia de este «reino de reinos» que algunos se empeñan en volver a fraccionar. Denostamos de nuestros valores, principalmente de la lengua, ignorando las normas de la gramática española y los consejos de la Real Academia de la Lengua, pero claro, todo sea por un puñado de votos.

Somos tan inteligentes, que el patrimonio cultural más importante que poseemos: el idioma, lo usamos a conveniencia de nuestros intereses más espurios. Cabe recordar que el laísmo era denostado por ser sinónimo de persona pueblerina, pero de pronto irrumpen en escena unos personajes que intentan dignificar el papel de la mujer, - como si la dignidad fuera una cosa y no un derecho o una actitud -, asociando nuestra existencia y cotidianeidad a palabras como equiparar, paridad, igualdad, género, defensa, visibilidad, y demás monsergas afines. Estas mentes preclaras, – aunque en mi opinión les falta más de un chubasco-, iniciaron la tarea de concienciar a la sociedad sobre la obligación de usar femeninos y masculinos donde siempre se había usado un epiceno, es decir un adjetivo de un solo género gramatical que permite designar a seres de uno y otro sexo. La ardua batalla llegó al punto de crearse unos inquisidores de la cosa, que por una «a» te llevaban al patíbulo del discurso oportunista, por lo que comenzaron a florecer en la primavera del absurdo los palabros y las palabras. ¡Qué de discursos memorables¡

La RAE se ha pronunciado: no es correcto este uso, mal menor al fin y al cabo, pero lo más preocupante es que las mentes preclaras no han logrado para la mujer la equiparación salarial, tampoco ha descendido la violencia de género, por citar dos debilidades de la sociedad actual. De poco sirve adoptar usos y modos lingüísticos; lúdicos, deportivos y sociales de otros países, cuando de lo que adolecemos en esta España nuestra es de cultura del esfuerzo, asistiendo como espectadores a la pérdida gradual de valores, a la ausencia de una formación integral de las nuevas generaciones y a la degeneración generalizada del español como lengua.

¡Ay, tráeme el abanico que tengo un sofoco en el canalillo, y tócame esas palmas a ver si me animo¡

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María del Pino Fuentes de Armas

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