El viaje a la felicidad...

15.05.2017. Redacción / Opinión

Por: José J. Rivero Pérez

Psicólogo y miembro de la Sociedad Española de Psicología Positiva

@jriveroperez

Planteaba muy acertadamente el político y ensayista inglés William Temple que el más influyente de todos los factores educacionales es la conversación en el hogar del niño. Sin duda alguna es el entorno familiar el responsable de potenciar entornos educativos favorables para el niño o la niña. Que conjuntamente con la comunidad y los diferentes entornos educativos en los que desarrollan su vida se convierten en el eje fundamental del crecimiento personal. 

Los estudios en este sentido nos muestran como el entorno educativo así como nuestros recursos sociales, culturales y económicos que en conjunción con nuestras vivencias personales nos van moldeando como lo haría un alfarero que dibuja las curvas de una vasija en su torno.

¿Sabías que lo que vivimos en nuestra infancia juega un papel muy importante en cómo afrontamos e interpretamos nuestra vida futura? Es decir nuestra historia de vivencias pasadas y cómo estas se han ido gestionando y el papel que han jugado nuestros educadores en todo este proceso, principalmente nuestros padres y madres, van a incidir en cómo afrontamos, diseñamos y abordamos el presente y el futuro. Entender el cómo y cuándo nos trazamos planes de vida, para lanzarnos a plantearnos la vida como un proceso de crecimiento y superación personal.

EDUCAR, en letras mayúsculas significa enseñar a las personas a construirse a lo largo de su proceso madurativo, es decir, a dotar a las personas de aquellas herramientas personales que les ayuden a asumir el pasado, proyectarnos en el futuro y mientras tanto vivir el presente con el afán de crecer como personas.

Quizás caigo en la utopía cuando planteo que sean los elementos de construcción personal los que presidan el diseño educativo de la enseñanza que reciban nuestros hijos e hijas. En contra de esos planteamientos más curriculares centrados en los conocimiento puramente teóricos que plantean otros. Creo que no podemos caer en la máxima de que educar y enseñar son dos elementos independientes y totalmente diferenciados. Todos y cada uno de nosotros y nosotras aportamos valor al proceso educativo de cada uno y de cada una de los miembros de nuestra comunidad.

Por eso es fundamental dotar a los más pequeños de esas competencias personales, sociales y emocionales que les ayuden a potenciar su satisfacción con la vida y su felicidad. Y no pensar únicamente en mejorar la calidad de vida de los más pequeños dotándoles únicamente de medios y recursos físicos que faciliten la adquisición de la información, lo que sin duda alguna también es importante.

Pero en la actualidad nos encontramos con un sistema educativo dirigido a satisfacer criterios de optimización económica, lo que sin duda amplía las diferencias entre las personas, pero no solo de oportunidades profesionales sino de potencialidades vitales.

¿Sabías que los diferentes estudios demuestran que el 85% de los contenidos teóricos que aprendemos a lo largo de nuestros estudios terminan olvidándose en los primeros tres años de terminados estos. Parece que a nadie le interesa potenciar personas con las habilidades y recursos que vayan dirigidos a la gestión emocional, así como la posibilidad de implementar la vivencia de las emociones positivas. En misma línea parece que nos es relevante el desarrollo del optimismo o que las personas gestionen adecuadamente las crisis personales y sociales, que encuentren sentido a lo que realizan o que dediquen sus esfuerzos a potenciar su bienestar personal, es decir, a ser más felices.

Las personas aprendemos a ser más fuerte emocionalmente, lo que implica potenciar programas centrados en gestionar las emociones negativas, evitando que nos afecten tan negativa a nuestras vidas, siendo verdaderos lastres y frenos de nuestro desarrollo personal. Esa gestión personal incide en la prevención y la mejora de la salud mental ya que podemos evitar que la tristeza se convierta en depresión, que esa sensación de inquietud y de nervios se transformen en ansiedad. Pero vamos más allá cuando aprendemos a gestionar nuestro enfado y las emociones que este nos ha generado, sobre todo cuando este se convierte en rabia o en ira, y aprendemos a reconducirla y a transformarlas en transformadoras de esa situación que nos enfada.

Como te he comentado en múltiples ocasiones cuando los más pequeños aprenden a gestionar sus emociones, a potenciar una actitud positiva ante su vida, cuando se dan las condiciones de potenciar el optimismo, o centramos en definir que fortalezas les definen como personas, eso implica que entiendan que la vida significa estar inmersos en un proceso de enriquecimiento personal constante, lo que permite desarrollarse en todas sus facetas.

Claro que ello implicaría un cambio estructural en la educación, pero a diferentes niveles, en primer lugar tendría que haber un interés claro desde las administraciones por la educación, y no un interés político, además de una apuesta entre padres, profesores y alumnos, por una educación de personas y para personas.

 

 

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