El timo de la formación.

22.04.2017. Redacción / Opinión

Por: Carlos Jiménez Cabrera

Cada día nos llega información de multitud de cursos, talleres, seminarios y toda clase de sesiones de “formación” ofertadas por entidades privadas, públicas, asociaciones y cualquier otro colectivo que cree que tiene algo que enseñar.

Hasta aquí, todo bien, pero…¿realmente toda la oferta existente en el mercado está perfectamente diseñada para “formar” a quienes participan en dichas actividades?

En todo proceso formativo intervienen muchas variables y factores, pero en esta ocasión nos vamos a centrar en el proceso en sí de la formación, en los requisitos para que se estime que realmente ha habido un proceso de “formación”. En concreto, hablaremos de los tres requisitos imprescindibles para que se pueda hablar de una acción formativa.

Cuando asistimos a un curso, ¿qué es lo que estamos buscando? ¿Qué esperamos recibir? ¿Para qué nos inscribimos? Los adultos, cuando accedemos a una actividad formativa, estamos buscando un cambio, herramientas que nos permitan hacer las cosas de una forma distinta a como las venimos haciendo. No sabemos leer, aprendemos a leer; no sabemos conducir, aprendemos a conducir; no sabemos las partes de las que están compuestas las células, aprendemos sus partes. Y, además, queremos que este cambio se produzca de forma inmediata… como aprender inglés en dos semanas¡¡¡

Por lo tanto, el primer requisito para que una actividad sea considerada como de formación es que se produzca un cambio a nivel cognitivo, psicomotor o afectivo en las personas que participan en esa actividad. Si no se produce ese cambio, no estamos haciendo formación, estamos haciendo otra cosa, pero no formación.

Las personas que asisten a una actividad formativa tienen que finalizar sintiendo que se ha operado un cambio en ellos y que, de alguna forma, conocen o saben proceder de una manera distinta como lo hubiesen hecho antes de iniciar la formación sea cual sea la actividad de la que se trate. Tienen que saber, tienen que poder hacer y/o tienen que querer hacer algo que hasta ese momento no sabían, no podían hacer o no querían hacer.

Por lo tanto, el primer requisito es que se produzca un cambio y que lo aprendido sea transferible y aplicable a una situación nueva, ya sea a nivel laboral o personal.

Y este cambio, ¿cómo debe ser? La formación actual que se imparte en muchas aulas consiste en memorizar unos conceptos para luego vomitarlos en un examen, vendría a ser algo así como la función bulímica de la formación. ¿Y luego qué? Lo normal es que esos conceptos memorizados se desvanezcan al cabo de poco tiempo. Nos debemos preguntar entonces, ¿ha habido formación? Decíamos anteriormente que lo primero que se tiene que producir para que haya formación es que se produzcan un cambio, y en este caso, lo ha habido. Pero este cambio ¿ha servido para algo? Si el conocimiento se desvanece al poco de haberse adquirido, ¿podemos decir que ha habido “transferencia” de la formación? ¿se imaginan que tuviéramos que sacarnos el carnet de conducir cada tres semanas porque olvidamos lo aprendido?

Podemos decir entonces, que lo segundo que se tiene que producir para que haya formación es que este conocimiento o habilidad adquirida / transferida se mantenga en el tiempo. Si esto no sucede, no se ha producido formación.

Por último, ¿qué es lo tercero que se tiene que producir para que podamos hablar de que ha existido formación? Hemos comentado que se tiene que producir un cambio transferible a una nueva situación y que este cambio tiene que permanecer en el tiempo. ¿Qué faltaría? Pues la tercera pata es que esa formación que se ha adquirido sirva para poder seguir aprendiendo por nuestra cuenta. Que ese cambio nos permita avanzar y mejorar. Que esa actividad nos permita avanzar sin tener que realizar otra formación específica. Un ejemplo claro de esto es cuando cambiamos de teléfono móvil. Normalmente el nuevo teléfono es de otro modelo, y, a veces, hasta de otra marca. Nosotros, con la formación que ya tenemos sobre cómo funcionan los teléfonos móviles, vamos investigando y avanzando en el conocimiento de las características de ese nuevo teléfono hasta que lo dominamos en el punto que cada uno quiera.

Por lo tanto, el tercer requisito es que esos conocimientos o habilidades nos permitan seguir avanzando por nuestra cuenta.

Nos podemos plantear ahora el por qué se está fallando tan estrepitosamente en la formación. En este caso, en la formación de adultos.

La primera causa podría estar en el negocio de la formación. El cálculo del mercado educativo hecho por Merrill Lynch-Bank of América en 2014 era que este mercado movía unos 4,3 billones de dólares. Esto es mucho dinero que hace que, en muchos casos, el objetivo que se persiga sea el de facturar por los cursos, y no el enseñar y formar a través de los cursos.

Otra de las causas es el poco sentido crítico que tenemos cuando recibimos una formación. Desde pequeños nos enseñan a no cuestionar lo que dicen los profesores, puesto que ellos son los que saben. Es más, al que pregunta mucho lo suelen tildar del tonto de la clase, porque no entiende las explicaciones. De mayores nos limitamos a reproducir lo aprendido. Pensamos que si el curso no nos sirve o no entendemos lo que nos explican, la culpa es nuestra y no del docente.

Y por otra parte, muchos alumnos se conforman en tener un “cartón”, un título que supuestamente acredita los conocimientos adquiridos. A estas personas, les da igual la calidad de la formación, la calidad del docente, la utilidad de la materia impartida. Lo único que quieren es su cartón y no complicarse la vida. En España, y en otros muchos países, es más importante tener un título, que tener las competencias y habilidades necesarias para desarrollar una tarea.

En definitiva, el negocio de la educación, unido a la falta de crítica y al interés de tener un título, hacen que la formación para adultos que actualmente se desarrolla en España sea muy deficiente.

Les invito a que hagan una reflexión y contesten a estas tres sencillas preguntas:

  • ¿Qué cambio se produjo en mí después de haber asistido a la última actividad formativa?
  • Si se produjo algún cambio, ¿fue duradero y transferible a nuevas situaciones?
  • Y por último, ¿lo aprendido me ha permitido avanzar por mi cuenta?

No se dejen timar. Su tiempo y su esfuerzo tienen valor

Les invito a que las conclusiones de esta reflexión les haga ser más críticos respecto de la oferta formativa a la que accedan en el futuro. Recibir una buena formación les ayudará a desarrollar una mejor trayectoria profesional.  

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