15.04.2019 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Politólogo
Estamos acostumbrados a que lo establecido como norma de comportamiento sea inamovible. Es la quietud de la comodidad, también del utilitarismo, de que nada se mueva para que todo siga igual. Esta situación le afecta sobremanera a los que gozan de posición privilegiada. Al fin y al cabo, están defendiendo sus intereses, bien guarnecidos por unas formas, estructuras o convenciones que les permiten sacar réditos particulares. Es lo de siempre, la élite, esa minoría selecta o rectora, que mueve todo, o también, que no deja que se mueva nada, para que sean ellos solos los que recojan los beneficios del sistema. El politólogo Gaetano Mosca decía: “En todas las sociedades humanas llegadas a cierto grado de desarrollo y de cultura, la dirección política en el sentido más amplio de la expresión, que comprende por lo tanto la administrativa, la militar, la religiosa, la económica y la moral, es ejercida constantemente por una clase especial, o sea por una minoría organizada”. Muchas veces, más estructurada de lo que pensamos o sospechamos.
Estamos en periodo electoral, es el momento del florecimiento y también del nerviosismo del sueldólogo o sueldóloga, que en esto la ideología de género es paritaria, es un espécimen muy habitual en la política canaria, donde se convierte en especie endémica. Son personas acostumbradas a vivir, por cierto muy bien, del erario, ocupando cargos en las distintas administraciones, empresas o entes oficiales, una legislatura tras otra, agazapados a la sombra del poder para mantener prebendas que, de otra manera, no conseguirían nunca. Especialistas del camuflaje, para sobrevivir en sus puestos, se adaptan a cualquier situación o encargo recibido, sabiendo de todo, sin conocer nada. Desconocen la máxima de Eisenhower, “La política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”.
Los políticos se han convertido en uno de los grandes problemas para los españoles, lo dicen todos los estudios demoscópicos. No es bueno, por tener dosis de error, hacer generalizaciones, sin especificar las singularidades de cada caso, pero si es verdad que, en conjunto crean más problemas de los que resuelven. Casi siempre son los mismos, pueden ser que ayer estaban en una lista al Parlamento y hoy aparecen al Cabildo o a cualquier ayuntamiento. Dejan un cargo institucional y se aseguran otro por si acaso, porque no está la cosa, como para perder el trabajo del que se vive. No dejan paso a nuevas generaciones, personas o ideas, taponando cualquier incursión de nuevos pretendientes. Es muy goloso lo que disfrutan, como para perderlo o compartirlo. Son tan escandalosos algunos sueldos que, por cierto, ellos mismos se aprueban sin ponerse colorados y con la mayor desfachatez, que parece que les ha tocado la lotería, provocando, por otro lado, el repudio ciudadano.
Nuestra sociedad necesita oxigenarse, contar con gestores públicos preparados, con afán de servicio público y no particular, sabiendo que su paso por la política es circunstancial. Pero la realidad es que se ha convertido en una profesión que en general, salvado contadas excepciones, está conformada por ineptos, incapaces e inútiles y en muchos casos, unos verdaderos cantamañas. Que no pase lo que señaló Louis Dumur “La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”. Tenemos que exigir calidad humana y sobre todo, capacitación técnica o profesional, para ocupar cualquier cargo público. No valen los listillos o aprovechados, sino los preparados con afán de entrega desinteresada a la colectividad.