El primer vuelo de la mañana

18.08.2019 | Redacción | Opinión

Por: Paco Pérez

pacopego@hotmail.com

Como casi todo en esta vida, vivir cerca de un aeropuerto tiene sus ventajas y sus inconvenientes, como es mi caso, porque en el segundo de los casos, casi todos los días, aunque uno no quiera, me despierta con su ruido el primer vuelo de la mañana que despega diariamente de Los Rodeos y, de manera especial cuando sale en dirección a Santa Cruz, que normalmente coincide cuando hay lo que llamamos "tiempo Sur" con presencia de calima provocada por la arena del Sahara que de vez en cuando nos visita.

Algunos amigos saben la enorme afición que tengo por la aviación comercial en general y lo que me gusta ver llegar y partir a las aeronaves, sobre todo las de fuselaje ancho, como el Jumbo (B747), algunos Airbus (A340 y A380) y los ya casi inexistentes de McDonald Douglas, como el DC-10 (evolucionado luego al MD-10), en todos los cuales he volado, excepto en el "monstruo" europeo de dos plantas.

A primera hora de la mañana parten normalmente de Los Rodeos cuatro aviones de otras tantas compañías, entre las siete y las siete y cuarto, y como son todos aparatos de similares características (A320 y B-737) no distingo al oírlo cuál ha sido el más madrugador, si el de Vueling con destino Barcelona, el de Iberia con destino a Madrid, el de Norwegian para la llamada ciudad condal o el de Air Europa con final de trayecto en la capital de España.

La única pista de aterrizaje y despegue del Tenerife Norte, lógicamente con dos cabeceras (la 30, cerca de Los Baldíos, y la 12, al lado de la Cruz Chica) está operativa cada día habitualmente entre las 7 y las 23 horas y por regla general los aviones toman tierra por la pista 30 y despegan por la 12, excepto cuando las condiciones meteorológicas obligan a hacer las operaciones de manera inversa, como ha ocurrido estos últimos días.

Si les soy sincero, aunque sea un pequeño inconveniente, me gusta despertar con el ruido provocado por el primer avión de cada día, porque me reafirma que sigo vivo, aprovecho y me levanto a tomar algo y, con las mismas, me vuelo a meter en la cama otro rato a seguir soñando con mi extraordinario ángel de la guarda, que ese sí que nunca me ha fallado. Por si no lo sabían, le debo algunas horas de trabajo extraordinarias, que se las voy pagando poquito a poco.

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