31.07.2017. Redacción / Opinión.
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
El Fútbol, como deporte de masas, está generando que muchos dirigentes se aprovechen y lucren de manera corrupta. En un artículo del periódico El Imparcial, describe como el Fútbol está siendo salpicado por los dirigentes que están al frente de este competitivo Deporte. El Mundial de Fútbol ya ha demostrado que el fútbol se ha convertido más en un negocio corrupto que en un espectacular y bello deporte. La FIFA, la Federación Internacional de Fútbol, que organiza y, sobre todo, controla las competiciones, elabora las normas y elige a los árbitros, lleva décadas sumida en escándalos de corrupción. Joan Havelange, que presidió este organismo durante 25 años, y su sucesor, Joseph Blatter, que cumplirá 20 años al frente, han sido señalados como los grandes culpables de tales irregularidades.
El excelente negocio de la FIFA proviene de los desorbitantes derechos de televisión, del marketing, de la venta de entradas a los partidos…A estos abultados ingresos hay que añadir las denuncias de irregularidades financieras, las transacciones secretas o los sobornos. Pese a que en teoría se trata de un organismo sin ánimo de lucro, sus ingresos se cuentan por miles de millones de dólares y sólo se conoce una parte del paradero de esa ingente cantidad de dinero: los astronómicos sueldos de los dirigentes, las dietas, las facturas de los más lujosos hoteles del mundo en los que se alojan, las pantagruélicas comilonas gratis, etc.
Recientemente, “The Economist” destapó el escándalo de la elección de Quatar como sede del mundial de 2020. Según el prestigioso semanario, el país del Golfo, donde rebosan los petrodólares, pero sin tradición futbolística y donde el calor impide el desarrollo de cualquier deporte, sobornó a un sinfín de delgados para que votaran a favor. Los emails que aporta la revista demuestran la veracidad de la denuncia.
En Brasil, ya en el primer partido se pudo comprobar que uno de los requisitos para que la FIFA llene la caja, consiste en que el país anfitrión llegue lo más lejos posible en el campeonato. El inexperto árbitro japonés inclinó la balanza a favor del país suramericano al señalar un penalti que solo él vio. Y Brasil ganó injustamente el partido. Pero el árbitro cumplió su misión y será recompensado por ello. Por hacer trampas.
Otra sospecha de esta corrupción y de esta obsesión por controlar los resultados de los partidos para engordar el negocio radica en el empeño de los dirigentes de la FIFA para evitar que las decisiones arbitrales puedan contar con la ayuda de medios tecnológicos. No solo para evitar goles fantasma, como ya se ha hecho en este Mundial, si no para acertar en las jugadas más decisivas y, a veces, difíciles de dilucidar: los fueras de juego o los penaltis. Al igual que existe el “ojo de halcón” en el tenis, que ve con exactitud si la bola ha caído dentro o fuera del rectángulo de juego, o en el fútbol americano, donde los árbitros consultan con la mesa de control mediante vídeos si las jugadas han sido o no legales, en el fútbol debería aplicarse estos métodos. Tardan pocos segundos y tanto el público como los jugadores comprueban el resultado en las pantallas del campo sin poder protestar. Pero ya Havelange y, ahora, Blatter se niegan a aplicar estas tecnologías, pues no podrían manipular los resultados como hacen ahora. Y, como decíamos, el partido de Brasil con Croacia es la mejor prueba.
La UEFA o la propia Federación Española de Fútbol también contribuyen a estas irregularidades y sus dirigentes se encuentran asimismo rodeados permanentemente de escándalos y de acusaciones de corrupción. Y Plattini y Ángel María Villar viven del mismo modo, como pachás, gracias a sus astronómicos sueldos y a sus vergonzosas dietas. Y controlan a los árbitros para que los resultados cumplan con los requisitos: ganar dinero a costa de la limpieza del deporte. Lo triste es que el llamado deporte rey, el que más seguidores y espectadores reúne en todo el mundo, ha pasado a convertirse en un simple y sucio negocio. Así pies, Resulta casi una entelequia pensar que el mundo del fútbol sea capaz de generar mecanismos de autocontrol y transparencia para evitar corruptelas, por lo que no parecen descabelladas las voces que piden una norma que limite el número de mandatos federativos. Ya sucedió en 1982 con el decreto anti-Pablo Porta del Gobierno del PSOE en 1982 que fue derogado en 1996. Con decreto o sin él, el fútbol español precisa una regeneración que archive una época casi feudal marcada por una opacidad hoy al descubierto y pulsos continuos con otros organismos, como el Consejo Superior de Deportes.