26.02.2023 | Redacción | Opinión
Por: David Held
Modelos de democracia
Publicado en Mil estepas
Muchos han caracterizado la década y media que siguió a la Segunda Guerra Mundial como un período de consenso, fe en la autoridad y legitimidad. La larga guerra parecía haber generado una corriente de promesa y esperanza en una nueva era caracterizada por cambios progresivos en la relación entre estado y sociedad a ambos lados del Atlántico. En Inglaterra, la coronación de la reina Isabel II en 1953 —al menos dos millones de personas llenaron las calles, más de veinte millones la vieron por televisión, cerca de veinte millones la escucharon en la radio— reforzó la impresión de consenso social, un contrato social posbélico (Marwvickk, 1982, pp. 109-110). La monarquía representaba tradición y estabilidad, mientras que el lamento simbolizaba la responsabilidad y la reforma. En Estados Unidos, la lealtad patriótica de todos los ciudadanos parecía plenamente establecida. En palabras de un comentarista, de los que se hacen eco de la opinión popular.
América ha sido y sigue siendo una de las naciones del mundo más democráticas. Aquí, mucho más que en cualquier otro sitio, está permitido al público participar ampliamente en la elaboración de las líneas de actuación sociales y políticas… Las personas piensan que saben lo que quieren y no están dispuestas a ser a praderas más verdes. (Hacker, 1967, p. 68, citado por Margolis, 1983, p. 117.)
Durante los años de posguerra los comentaristas políticos de izquierda a derecha del espectro político señalaban el amplio apoyo a las instituciones centrales de la sociedad. La creencia en un mundo de la «libre empresa», moderado y contenido por un estado intervencionista, se reforzó con los excesos políticos de la derecha (fascismo y nazismo en la Europa central y del sur) y de la izquierda (el comunismo en el Este de Europa). La guerra fría constituía, además, una inmensa presión que confinaba la llamada política «respetable» al ámbito de la democracia. Al comentar este período de la política británica, A. H. Hlsey escribía: «La libertad, la igualdad y la fraternidad, todas hacen el progreso». El pleno empleo y las crecientes oportunidades educativas y ocupacionales marcaron la época con una «alta movilidad social neta ascendente y un lento desarrollo de la afluencia masiva. La corriente del consenso político fluyó con fuerza durante veinte o más años» (Halsey, 1981, pp. 156-157). La existencia de este consenso estaba, tal como hemos visto, fuertemente apoyada por estudios académicos como La cultura cívica de Almond y Verba: se sugería que la moderna nación británica, junto con otras destacadas democracias occidentales, disfrutaba de un sentido altamente desarrollado de lealtad hacia su sistema de gobierno, de un fuerte sentido de deferencia por la autoridad política y de actitudes de confianza (véanse las pp. 239-240).
Los límites de la «nueva política» estaban establecidos por el compromiso con la reforma social y económica; un predominante respeto por el estado constitucional y el gobierno representativo; y el deseo de fomentar la persecución individual de los propios intereses, al tiempo que se mantenían políticas de interés nacional o público. Detrás de estas preocupaciones estaba una concepción del estado como el medio más apropiado para la promoción del «bien», tanto del individuo como de la colectividad. Al proteger a los ciudadanos de la interferencia arbitraria, y al ayudar a los vulnerables, los gobiernos podían crear un margen más amplio de oportunidades para todos. Casi todos los partidos políticos a lo largo de los años cincuenta y sesenta creían que, una vez en el gobierno, debían intervenir para reformar la posición de los injustamente privilegiados y ayudar a la posición de los desamparados. Tan sólo la política de un estado intervencionista atento, que incorporase interés y especialización, imparcialidad y habilidad, podría crear las condiciones para que el bienestar y el bien de cada ciudadano fuera compatible con el bienestar y el bien de todos.
Esta concepción de bienestar o concepción «socialdemócrata» o «reformista» de la política tiene sus orígenes en algunas de las ideas y principios de la democracia desarrollista (véase el capítulo 3, pp. 138-141). Pero recibió su expresión más clara en la política real y en las políticas del expansivo estado intervencionista (keynesiano) en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. El rápido crecimiento económico de estos años ayudó a financiar un programa de aparente aumento del bienestar social. Pero con la caída de la actividad económica mundial, a mediados de los setenta, el estado de bienestar empezó a perder atractivo y pasó a ser atacado tanto desde la izquierda (por haber hecho pocas incursiones, si alguna, en el ámbito de los privilegiados y poderosos) como desde la derecha (por haber sido demasiado costoso y una amenaza para la libertad individual). La coalición de intereses que lo había apoyado (en la que se incluían políticos de una amplia variedad de patidos políticos, sindicalistas comprometidos con la reforma social e industriales interesados en crear un ambiente político estable para el crecimiento económico) comenzó a romperse. La cuestión acerca de si el estado debía ser empujado «hacia delante» o «hacia atrás» se convirtió en objeto de intensas discusiones. Con el tiempo, la síntesis de ideas que sostenía al estado de bienestar comenzó a parecer aún más débil. Al argumentar a favor de los derechos individuales, junto con una acción cuidadosamente guiada del estado para proporcionar mayor equidad y justicia para todos, los paladines de una creciente esfera para la dirección del estado allanaron el camino para un programa muy extenso de intervención estatal en la sociedad civil. El problema es que muchos de ellos dijeron relativamente poco acerca de la forma apropiada de acción estatal y, por lo tanto, ayudaron a producir —o al menos así argumentarían algunos— paternalismo, burocracia y jerarquía en y a través de las políticas estatales. Las consecuencias para la dinámica y la naturaleza de la democracia fueron considerables.