04.08.2020 | Santa Cruz de Tenerife
Por: Gloria de la Soledad López Perera
Recuerdo el día que leí el cuento de Pinocho, en el que a aquella dulce marioneta creada por Gepetto le crecía la nariz cada vez que decía alguna mentira, como castigo por sus continuos engaños. Tendría unos siete u ocho años y aquel verano sufrí lo indecible cada vez que mentía sobre algo o sobre alguien ya que pensaba que mi pequeña nariz iba a crecer y todo el mundo, en especial mis padres, sabrían que había dicho una mentira. Pero para mi suerte eso nunca pasó, sobre todo cuando descubrí que los cuentos al fin y al cabo solo cuentos son.
Pero en el fondo y en los tiempos que corren desearía que eso hubiera sido verdad y que las mentiras hubieran obrado en nosotros ese cambio prodigioso, ahorrándonos de esa forma muchas de las situaciones que ha vivido y está viviendo la humanidad.
¿Se imaginan?…
Yo soy la primera, sin engañar a nadie, que tendría a esta edad una nariz muy grande, pero se de muchos y muchas que la arrastrarían por los suelos, dejando un surco allí por donde pasaran.
¿Y qué me dicen de los cirujanos plásticos? Serían multimillonarios por la cantidad de rinoplastias que tendrían que realizar todos los días.
Por eso me da risa imaginar como hubiera sido la fisonomía humana si eso hubiera sucedido y me viene a la cabeza el famoso soneto burlesco de Quevedo “A una nariz” que iniciaba con aquel Erase un hombre a una nariz pegado…. Parte de uno de sus poemas del Parnaso español en los que trabajó las llamadas figuras, un concepto satírico que el propio autor cultivó abundantemente.
¡Ay Quevedo, a cuantas narices figuradas podrías hoy dedicarle tus sonetos¡.
Y como parece que en mi vida hay más de un deja vu, esta semana ojeando la prensa digital leo el siguiente titular “Demuestran el EFECTO PINOCHO: la nariz te delata cuando mientes”. Y yo me quedé perpleja, al final resulta que después de todo, el cuento del italiano Carlo Collodi tenía algo de razón, ya que si bien no cambia el tamaño sí cambia de temperatura. Una serie de investigadores, pertenecientes al Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada, han descubierto que cuando una persona miente la temperatura de la nariz disminuye, así como también varía su temperatura corporal en la zona del músculo orbital, en la esquina interna del ojo. Pero que pena, este sistema está basado en la técnica de la termografía y no es visible al simple ojo humano. Así, que si queremos saber si alguien nos miente tendríamos que estar todo el día tocándole la nariz, es decir ser un toca narices en toda regla y eso realmente no es muy correcto, ni tampoco muy higiénico y menos en los tiempos que corren.
Así que puestos a cavilar y viendo como todos los días se crean nuevos modelos de mascarillas, adaptables, autohigienizables, biodegradables…, asegurando un uso más seguro, yo propondría a alguna empresa que fabricara una que además de garantizar todo lo anterior, implantara en la zona que cubre la nariz un pequeño termografo, que nos indicara en todo momento la temperatura de la nariz del usuario. Así, si alguien entabla con nosotros una conversación sabremos si miente o no, ya que si lo hace su temperatura nasal bajaría entre 0,6 y 1,2 centígrados, según el estudio antes indicado.
¿A que sería una buena idea? El problema, a mi entender, es que sería la única mascarilla que no se compraría en el mercado, incluso si la regalaran terminaría en el cubo da basura.
Así, con esta pequeña reflexión doy por concluido este perspicaz artículo, pero antes quiero recordarles que “Se coge antes a un mentiroso que a un cojo” y les puedo asegurar que el refranero, jamás se equivoca.
Imagen: Gloria de la Soledad López Perera | CEDIDA