18.12.2023 | Redacción | Opinión
Por: Alejandro de Bernardo
adebernar@yahoo.es
Somos el resultado de las buenas compañías. O de las malas. Repetimos conductas y organizamos pensamientos que casi siempre tienen que ver con quien está cerca. Los de “nuestra cuerda”. O con los que sin serlo, comparten en ciertos momentos intereses comunes que nos llevan a formar esos grupos variopintos y “peligrosos”. Esta semana si un tema está recorriendo los platós de radio y televisión es el de la prohibición del uso de los móviles a los estudiantes. Hay en la actualidad otros asuntos también potentes, pero de todo nos saturamos. De las guerras también. Es increíble pero nos acostumbramos. Aunque nos rasguemos las vestiduras con la de Gaza -más cruenta y desalmada no puede ser- acabará pasando como con todo lo que ocurre lejos de nuestra zona de confort. Nos dejará de doler y de preocupar lo que ocurra allí por más atroz e inhumano que sea. Son hombres, mujeres y niños masacrados… pero no son los nuestros. Ahora que todo está tan cerca, qué poco nos afectan las desgracias ajenas.
El desarrollo tecnológico ha alcanzado en muy poco tiempo logros inimaginables hace apenas unos años. Y esto que contribuye a nuestro bienestar tiene unos efectos secundarios o daños colaterales que difícilmente podemos evitar. Los teléfonos móviles son los aparatos que mejor pueden reflejar esta incontestable doble realidad: beneficio-perjuicio. Tienen tantas prestaciones, son tan accesibles a cualquiera que impresionan y asustan. Primero, porque los tiene todo el mundo. Los niños en cabeza. Y es que el problema no es tenerlo, sino no controlarlo. Y los pocos límites que existen cuando un pequeño tiene el aparato en sus manos.
Solo un par de datos para obligarnos a descruzar los brazos: La edad media para el primer contacto con la pornografía en menores se encuentra entre los nueve y los once años. Este dato es salvaje. A los 11 años de media los niños españoles tienen ya su primer teléfono. Hay una caída relevante de atención en las aulas. Se registran problemas de salud pública. No es broma. Pero, insisto, la causa no es del aparato. Tampoco sirve de mucho que los mayores se lo prohibamos a los hijos cuando nos ven a nosotros todo el día cabeza abajo. Cuando presencian cómo lo primero que hacemos al levantarnos es encenderlo como si nos faltase el aire, para reconectarnos al mundo. Y no digamos si se nos olvida en casa… ¡Qué desasosiego! Es por trabajo, les decimos... Es por un tema de la clase, nos dicen ellos.
La realidad: ¿quién va a atender en clase si puede estar con el móvil jugando al videojuego de moda, viendo vídeos de TikTok o chateando con los colegas por WatsApp? En muchos centros el móvil se está prohibiendo porque hay que andar quitándoselo cada dos por tres tanto a los alumnos como a las alumnas, tanto monta. Dar clase se hace prácticamente inviable. Por otra parte, los índices de depresión, ansiedad y demás trastornos en la adolescencia no tienen comparación con ninguna época anterior. Son datos.
Como también les digo que una clase en la que los adolescentes tengan que dejar guardados los teléfonos en las taquillas mientras permanecen en el centro escolar, la diferencia es como del día a la noche. Hasta ellos mismos lo agradecen porque por si mismos son incapaces.
Si añadimos que la capacidad de atención, reflexión y memorización disminuye cada vez más y que el lenguaje icónico y audiovisual va en detrimento del textual... ustedes mismos.
Repito: Somos el resultado de las buenas compañías. O de las malas. Resulta más cómodo dejarse llevar que luchar contra la corriente, con criterios claros y coherentes que retrasan y racionalizan el uso del bicho tecnológico.
Los padres permiten a sus hijos el uso temprano e indiscriminado del teléfono móvil por diferentes motivos: porque los amigos también lo hacen; porque piensan que esta tecnología favorece el estudio y el aprendizaje; porque los niños se distraen y no estorban o porque en el hogar se practica una educación permisiva e ilimitada.
Hasta que se demuestre lo contrario, las técnicas de trabajo intelectual siguen siendo esenciales para el éxito escolar, pero el teléfono móvil no les está ayudando. La prohibición total de los móviles en la escuela puede contribuir a mejorar las cosas en este contexto, pero no a solucionar los problemas, cada día más graves, que este dispositivo está provocando. Lo tengo claro.
Feliz semana