26.08.2017. Redacción / Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Hasta hace unos años, el consumo de bebidas alcohólicas en nuestro país estaba hasta bien visto y su ingesta se consideraba como una elegante costumbre social, muy habitual entre los hombres y estúpidamente, como pasó con el tabaco, un uso prohibitivo para las mujeres consideradas "decentes", en una sociedad muy marcada por un machismo ramplón y estúpido.
De hecho, era una "cosa de hombres" el hecho de fumar o de beber, incluso a tempranas edades y en muchas familias se les daba "un vasito" de vino dulce a los niños antes de comer "para abrirles el apetito" o "una copita" de tinto mezclada con gaseosa, hábito que afortunadamente ha caído en desuso, porque la población va tomando cada día más conciencia de que el alcohol crea dependencia y no es nada recomendable facilitar el consumo a niños y adolescentes, por el evidente daño que su ingesta provoca en la salud de las personas.
El alcohol es una droga socialmente aceptada, pero una sustancia adictiva peligrosa, como han demostrado miles de estudios científicos sobre este asunto, pero no me negarán que las bebidas de distinta graduación etílica estaba presente en cualquier reunión de amigos, en cualquier fiesta familiar o, incluso en muchos velatorios, donde era habitual servir una copa de brandy a los caballeros y un anís a las señoras.
La sociedad española ha sido y sigue siendo --con sus honrosas excepciones-- muy cruel con los drogodependientes y, mientras por un lado se fomenta el consumo de alcohol como un símbolo de distinción social, por otro no tarda en calificar a los alcohólicos como borrachos cuando ya no se han podido controlar, desprestigiándoles despiadadamente, en lugar de ayudar a superar esos malos hábitos que pueden derivar en trastornos mentales muy importantes y, como consecuencia de eso mismo, en la marginación social, con repercusiones en la vida laboral, familiar y entre el círculo de amistades.
Además, no se tiene en cuenta que existen muchas clases de personas con dependencia etílica, que sufren "daños colaterales" de mayor o menor consideración. Y ahí es donde creo que puede estar la diferencia, porque no es lo mismo ser alcohólico que ser borracho.
En ambos casos se trata de consumidores de bebidas con poca o elevada graduación. Ignoro, porque ciertamente es así, si el alcohólico es un enfermo con distintos trastornos causado por sus malos hábitos de consumo o es un consumidor impulsivo de tales sustancias por una necesidad vital creada por el propio cerebro.
La diferencia reside en las reacciones de su consumo. Mientras el alcohólico es un ser atrapado por esa dependencia, pero aparentemente "no se le nota", el borracho es el que se convierte en un ser agresivo, maleducado, que falta el respeto y termina por transformarse en un ser realmente despreciable.
La gente, por regla general, es muy aficionada a la crítica cruel y despiadada y le gusta etiquetar con grandes dosis de mala uva a sus semejantes. Así, si un individuo tiene cierta distinción, el borrachín es un hombre al que le gusta tomarse unas copas, aunque "a veces no sepa beber", mientras que si pertenece a una clase social más desfavorecida es "un borracho asqueroso" que no respeta nada y a nadie.
Seamos serios. Tan borracho es uno como otro. Y lo que deberíamos hacer es tratar de ayudarles a liberarse de sus dependencias, porque en esta sociedad tan hipócrita que nos ha tocado vivir, muchos tiran la piedra y esconden la mano. Es muy fácil destruir, en lugar de auxiliar a personas prisioneras de una dependencia que puede desencadenar en fatales consecuencias.
Creo que todos deberíamos meditar serena y seriamente mente sobre este asunto, que es una lacra social y que puede afectar a personas que uno ni se imagina.