11.11.2019 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Politólogo
La democracia española está fortaleciéndose, superando dificultades importantes, entre otras, el desafío independentista catalán o la permanente inestabilidad política. La ciudadanía está teniendo un comportamiento ejemplar, sobre todo, demostrando una paciencia infinita. Entre los principales problemas que se detectan en todos los estudios demoscópicos, está la clase política, que no está dando la talla y crea más problemas de los que resuelve. Los personalismos egolátricos, la poca experiencia del acuerdo, el olvido del consenso o la banalización de la cosa pública, son los síntomas de una decadencia alarmante, que tiene que revertirse urgentemente. No me canso de repetir que la política es una actividad muy digna, es más, tremendamente necesaria, que tiene una función primordial para el desenvolvimiento satisfactorio de la sociedad. Además, siempre hay que hacer la aclaración, que las generalizaciones llevan en sí mismas grandes dosis de error, porque no todos los políticos son iguales, aunque se parezcan.
El declive empezó a notarse, después de una primera etapa ilusionante en los primeros años de la Transición, cuando comenzó a profesionalizarse la actividad pública, es decir, cuando el que aspira a ocupar un cargo, antepone sus intereses personales, dígase cobrar un sueldo y otras prebendas, a querer acceder con el convencimiento del ejercicio de un servicio público. Se trata de buscar acomodo, refugio y calorcito al albor del poder, que permite vivir holgadamente, con privilegios escandalosos en algunos casos, impensables el disfrutarlos fuera de la actividad pública. Quizás por eso, es tan atrayente para algunas personas. Mientras tanto, la mayoría de la ciudadanía con dificultades para llegar a final de mes, sin trabajo en unos porcentajes desmedidos, con una sanidad o educación deficitarias y una preocupante escasez de infraestructuras de todo tipo, sumado a una evidente emergencia habitacional, por la incapacidad de generar la construcción de vivienda pública. Los políticos viven en su mundo feliz, alejado de la realidad cotidiana, inmersos en asuntos que sólo les interesan a ellos y a los demás, nos toca sufrir su ineptitud. Ya lo decía Louis Dumur, escritor y periodista francés: “la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”.
Se han celebrado las elecciones, los resultados han sido los que ha querido la ciudadanía, ahora es el turno de la política con mayúsculas, que posibilite buscar confluencias, para conformar un gobierno estable, que de seguridad jurídica, económica, social, para avanzar en la construcción de una sociedad mejor. El tiempo es un tesoro que no se puede dilapidar, en los últimos cuatro años, se ha derrochado demasiado, sin conseguir establecer un pacto de gobierno. Es el turno de la humildad, de conformar mayorías posibles y posibilistas, necesitamos estabilidad para emprender, recomenzar y fructificar. Los personalismos excesivos, hacen mucho daño, no sólo a la persona que los padece, sino al conjunto de la sociedad, cuando se ocupa un cargo público. Ese narcisismo, como admiración excesiva y exagerada que siente una persona por sí misma, por sus dotes o cualidades, ha frenado, hasta ahora, los acuerdos estratégicos entre los distintos partidos políticos. Eso tiene que cambiar, la sociedad civil, está exigiendo otra forma de hacer política, más cercana, real, eficiente, que sirva para todos y no sólo para una élite acomodada gozosamente en las instituciones públicas. Que empiecen a gobernar, es decir, a ejercer la dirección y administración de la comunidad, porque ya está bien de servirse y no servir. La política tiene que valer para prosperar, pero todos.