02.11.2022 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
Hay muchas formas de vivir, de hacer frente a los acontecimientos o de responder a las circunstancias más variadas que se presentan. Cada cual tiene la libertad de hacer lo que crea más conveniente, dentro del respeto a los demás y a las normas de convivencia establecidas. Molestar lo menos posible, es una posibilidad cierta de concordia social. El diálogo, fruto especialmente de la escucha; el consenso como medio habitual de dirimir controversias; el ceder para conseguir, así como, una actitud positiva y proactiva, ayuda muchísimo a que el ambiente, en general, sea provechoso. Todo lo contrario, es puro malestar, el frentismo desaforado lleva implícita desazón, las malas caras inquietud, los insultos desasosiego, las desavenencias indisposición, las discrepancias por doquier intranquilidad, los oídos cerrados a la escucha molestia y todo ello ocasiona pesadumbre. De todas maneras, siempre hay que tener cuidado, como nos avisaba Facundo Cabral, de que “por el mundo caminado, he podido comprobar que el que fácilmente halaga, fácilmente insultará”.
En una sociedad democrática, es fundamental apreciar o por lo menos aceptar opiniones diferentes, sin intentar imponer la de cada cual, porque no todos pensamos de la misma manera, cuestión fundamental y por cierto, muy sana. La imposición a los demás de una ideología determinada lleva dentro un totalitarismo escondido. Además, el paternalismo está fuera de lugar, en una sociedad con estudios suficientes, donde cada uno puede coger la dirección que quiera, le convenga o le apetezca.
El pensamiento único, llamado también globalismo o esquemáticamente Agenda 2030, esconde una idea y praxis ya establecida en el siglo XVIII, que se le denominó “Despotismo Ilustrado” que, en resumen, fue una práctica política de las monarquías absolutas de la época, donde se aderezaba con ideas filosóficas de la Ilustración, donde el poder quería educar y guiar a los pueblos, porque se entendía que la mayoría de la población, no tenía la suficiente capacidad para decidir por sí mismo y había que educarlos. Era el rebaño de entones y el que nos quieren imponer ahora, los que se consideran santos de altares, por su moralina continua y ética sobrada. Se autodenominan progresistas, modernos, ecosocialistas y demás denominaciones paralelas. Por cierto, para que no haya malentendidos, los objetivos de la Agenda 2030, son encomiables y nadie en su santo juicio puede estar en contra, desde erradicar la pobreza; poner fin al hambre; garantizar una vida sana y educación; disponibilidad de agua; energía asequible; crecimiento económico sostenido; infraestructura resiliente; reducir la desigualdad; ciudades, consumo y producción sostenibles; combatir el cambio climático; conservar los océanos; un uso sostenible de los ecosistemas terrestres, sociedades pacíficas y revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible. Todo defendible, necesario y más que oportuno. Lo que diferencia son los métodos de aplicación.
Lo que pasa es que, entre la teoría y la práctica, como suele suceder en muchas ocasiones, hay un abismo engañoso. Estos personajes oscurantistas, morados, rojos y verdes, de cenáculos intelectualoides, que se creen que están por encima del bien y el mal, se han adueñado de todos estos conceptos, discursos o acciones, sin legitimidad democrática alguna. No permiten o mejor dicho, no soportan, que personas con otras ideologías, quizás más moderadas y razonables, también se sientan identificados con esos objetivos mencionados anteriormente. Son pocos, el desafecto ciudadano hacia ellos es mayoritario, ya no les asisten ni a las manifestaciones que convocan, es más, no dicen el número de asistentes, sino la cantidad de organizaciones que las convocan, lo que demuestra su debilidad manifiesta. Desde la sombra, mandan al ruedo del espectáculo publico a sus obedientes seguidores, para salvar el mundo o lo que sea necesario, desde un activismo de chiquillería en bastantes ocasiones, al exhibicionismo publicitario o simplemente panfletario. Son la negatividad personificada.
Imagen de archivo: Óscar Izquierdo, presidente de FEDECO