20.10.2024 | Redacción | Opinión
Por: Alejandro de Bernardo
adebernar@yahoo.es
Llegó… y ahora ya se nota. El otoño es una segunda primavera en la que cada hoja es una flor, decía Albert Camus. Y Cortázar, que discurría por el tiempo como un jilguero entre las ramas, escribió: “El otoño se termina y de golpe ya es pleno verano”. Y aquí, en la eterna primavera, también caen las hojas, los días se guardan antes y los atardeceres visten colores melancolía. Y en este ambiente de creciente sosiego, te invito a que cierres los ojos y pasees por ti. A que vivas en ti.
Que camines cada uno de tus poros hasta conocerte. Hasta conocerte de verdad. Quédate en ti, quédate contigo. Siente tu piel, áspera o suave. A veces líquida. Repasa las horas felices. ¿Sabes? Sé de hombres y mujeres, miles, que no renuncian a la esperanza. Te reitero la invitación a que vivas en ti, sabedor, sabedora, de que no está el tiempo para perder el tiempo.
Quédate en ti cuando pretendan homologarte, cuando quieran dibujarte con lápiz gris… para salvarte. Abraza tu soledad, tu fiel e inseparable animal. Pero si decides estar también en otro, en otra, repasa estas palabras en esos días de serpientes, de lobos o tigres. Repito: estoy en ti. En tus ojos color violeta, alguna vez invisibles. En tus manos que me corren como ríos, como mares. Mares de luz, mares de cristal azul, océanos de los de verdad. Estoy en ti, en tus zapatos caminando por el paraíso –y no tengo otro paraíso que tu cuerpo, que tu voz, que tus dedos-.
Estoy en cada palabra que pronuncias, en tus dientes, en tu boca, en tu lengua. Y cuando acerco mis labios a la comisura de los tuyos, perfectos, quiero comerte. Estoy en ti flotándote: viento del norte que se atreve a acariciar tu pelo. Peinarte. Moverlo de sur a sur, bailándote. Estoy en el café de la mañana, en el periódico que empiezas a leer por la última página, en las pastillas que te ha puesto el médico, en las horas tristes y en las alegres. En todas las horas estoy en ti. Diminuto, chiquito, como un alfiler que quiere clavarte el alma. Quedarse en ti para siempre, no en mí –qué infame y perpetuo pronombre, siempre en primera persona-.
Deja de ser yo para navegarte, para que pueda poner rumbo a tu océano interior. Digo que si no fuese por ti, estaría perdido. Perdida. Como una gota más de lluvia de esta mitad de octubre. Nada. Estoy en ti, cerca y delante de ti como un farol que pretende iluminarte. Estoy en ti. En tus ojos color violeta, alguna vez invisibles. Y me quedo en ti. Feliz. Muy feliz.
Feliz domingo.
PD. In memoriam de la profesora de Periodismo Olga Álvarez de Armas. Hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos. Prefiero recordarla tal como fue en aquellos maravillosos años: genio y figura. A nadie le era indiferente. Descanse en paz.