01.05.2023 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
No es nada endógeno, ni autóctono de nuestro Archipiélago, existen a millones por todo el mundo. Abundan por doquier en toda profesión, ocupación, circunstancias particulares o generales o en cualquier rincón de las sociedades más variadas. Son atrevidos por su ignorancia, además de arrogantes, sabelotodo, es decir, presumen de sapiencia máxima o de conocer más de lo que en realidad saben, que suele ser poco o más bien nada. Se entrometen, sin que nadie los llame por cualquier agujero, por muy pequeño que sea, hasta por el de una aguja de coser, para escudriñar lo que no les interesa. Infiltrados en el conocimiento de los demás, pierden su tiempo, ocupándolo en investigar a otros, para después difamar, mentir y calumniar. Siempre me ha gustado la frase de J. R. R. Tolkien, escritor, filólogo, poeta y profesor anglosajón, que dice, «no me quejo si alguien que ha leído el libro lo encuentra aburrido, absurdo o despreciable, ya que yo tengo una opinión similar sobre sus comentarios».
Nuestro magnífico Diccionario Básico de Canarismos define al culichiche como una persona despreciable, generalmente por adulona, liante o correveidile y pone un ejemplo muy gráfico y abundante, «En la empresa siempre había un par de culichiches que le llevaban los cuentos al jefe». Con esto queremos decir que, en nuestra tierra, también los tenemos y ¡vaya que si existen! Cada vez que alguien quiere aportar algo nuevo en beneficio del conjunto social o económico, salen inmediatamente poniendo pegas dudosamente reales, virtuales y soleares. Aprovechando la ocasión, para intentar imponer sus opiniones, que para ellos son incontestables y para los demás impresentables.
Tenerife está llena de culichiches, como si fuera una plaga, que impiden que la isla avance de manera normalizada. Están permanentemente oponiéndose a toda persona o institución, sea pública o privada que se mueva, impulse o aporte. No saben sumar, ni multiplicar, sino restar y dividir. La envidia los reconcome, incomodándolos permanentemente. Los modernos los llaman personas tóxicas, a nosotros nos gusta denominarlos noístas, que suele ser sinónimo de amargados, olvidados y recelosos, es decir, temen, desconfían, sospechan. Viven en un sinvivir, por ocuparse demasiado de los demás. Aquí entran desde ecologistas folclóricos, a políticos sueldólogos, pasando por seudoempresarios, que no soportan que otros triunfen y les vaya bien.
Los proyectos de obra pública son costosos de hacer, no sólo económicamente, sino por el tiempo que hay que emplear. Llevan muchos procedimientos administrativos, técnicos o económicos, buscando siempre la mayor seguridad jurídica y la opción más favorable para implementar una simbiosis, construcción-territorio, que favorezca un crecimiento económico racional, juntamente con un desarrollo social sostenible. Pues después de pasar múltiples filtros de técnicos, suficientemente preparados, académica, profesional y técnicamente, aparecen los culichiches, con argumentaciones esperpénticas, infantiles en muchos casos, porque nunca han crecido intelectualmente, sino físicamente, para intentar desmontar lo que tanto esfuerzo ha llevado. Cada vez que en nuestra isla sale un proyecto nuevo, que lleva gestándose mucho tiempo, de repente aparecen, de los rincones más insospechados y en algunos casos sorprendentes. Estos individuos, con ideas que ellos ponen sobre la mesa como novedosas, lo hacen con el único objetivo de parar lo que se tiene que ejecutar en tiempo y forma, buscando la confrontación y la apertura de un debate artificial que dilate, estorbe y obstaculice la obra pública que hay que hacer.
Cuando nos preguntan en otras islas por qué en Tenerife no sale casi nada adelante, una de las respuestas más acertadas es la existencia de estos especímenes molestos que, por cierto, para que lo sepan, los tenemos calados con nombres y apellidos. Nunca vencerán la fortaleza de las personas serias, honradas, trabajadoras y ejemplares, que abundan más que ellos.