25.08.2018. Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Cuando murió Francisco Franco, el general que se autoproclamó jefe de Estado durante la guerra civil española, meses después del golpe de Estado del 36, acababa uno de cumplir diecisiete años y estaba ya en el primer curso de Filosofía y Letras en la Universidad de La Laguna y trabajando en el periódico "La Tarde" --siempre de grato recuerdo--, compatibilizando la actividad laboral con mis estudios.
Me acuerdo que en aquel entrañable diario vespertino teníamos desde hacía meses unos textos compuestos y preparados sobre la vida del dictador, para editarlos nada más producirse la noticia de su muerte, como así fue el 20 de noviembre de 1975, tras una larga agonía en un hospital madrileño.
Por aquel entonces, el Gobierno español estaba formado por tardofranquistas, algunos fachas (como Carlos Arias Navarro), unos pocos tecnócratas, varios militares y algún que otro supernumerario del Opus Dei, porque a Franco siempre le gustó repartir juego entre las distintas familias del régimen.
Aunque Arias era presidente del Gobierno desde hacía un par de años, Franco asistía a las reuniones del Gabinete en su condición de jefe del Estado, hasta que su degenerativa enfermedad se lo impidió. Se supo que en algunas sesiones los entonces ministros tuvieron que soportar malos olores porque el viejo general ya no controlaba su esfínter y pasaba lo que pasaba.
Anécdotas al margen, cuando murió Franco se abrió el horizonte del futuro de España y aunque todos los jóvenes confiábamos en que el nuevo Rey que le sucedió cambiaría rápidamente la situación del régimen, Juan Carlos I nos decepcionó mucho cuando mantuvo inicialmente a Arias Navarro como presidente del Gobierno.
Tal y como se desarrollaron los acontecimientos y por la gran presión social de una España ansiosa de libertad y de democracia, aquel Gobierno no duraría mucho y apareció, como por arte de magia (en una prodigiosa operación política de Torcuato Fernández Miranda) el gran Adolfo Suárez en una terna propuesto por el y en la que el gran artífice de la Transición figuraba como el de "relleno". Pero saltó la sorpresa.
Cuando murió Franco, España estaba estancada, a pesar de lo que algunos digan, y aquello tenía fecha de caducidad. Portugal, con la revolución de los claveles, había salido de la opresión dos años antes y nuestro país no iba a ser menos.
De cualquier manera, cuarenta y dos años después del fallecimiento del dictador, he de confesarles, con tristeza, que los jóvenes de aquel entonces, a pesar de los avances en libertades, esperábamos mucho más de lo que se ha hecho en el mayor período democrático que estamos disfrutando.
Me refiero, en concreto, a la poca calidad generalizada de la clase política actual. ¿Están ustedes de acuerdo con esta sensación personal?