26.11.2017. Redacción / Opinión.
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Como todos los años, entramos en estas fechas en la época navideña, que actualmente, lejos de ser un tiempo de paz y de concordia donde los valores intrínsecos de la Cristiandad cobran su máximo exponente, se ha convertido en un asqueroso período de consumismo desmesurado, más allá de cualquier planteamiento mínimamente lógico y razonable.
Ya no basta con las noches en blanco, los "blacks friday", los "halloweens", los días de acción de gracias y todos esos inventos modernos del agresivo capitalismo atroz, sino que ahora nos cae, en forma de diluvio universal, todo una clase de las más variadas ofertas para que compremos alocadamente, para que consumamos y compremos cosas y productos que no son necesarios, en una terrible espiral de endeudamiento colectivo, aunque eso no parezca importar a la mayoría de la gente, dispuesta a que sus tarjetas de crédito echen humo en enero y casi todos tengan que hacer frente a unos elevados intereses de bancos y entidades financieras, que aplican tipos de verdadera usura, supuestamente hasta delictivos, cercanos al treinta por ciento anual, cuando el precio oficial del dinero que mantiene en vigor el Banco Central Europeo es inferior al uno por ciento.
El agresivo sistema capitalista en el que vivimos nos imbuye y nos invita continuamente a gastar dinero, pero quien escribe estas líneas no entra en ese juego generalizado, por dos motivos esenciales: porque no me da la gana de consumir por el mero hecho de consumir y porque, aunque quisiera, tampoco dispongo de posibles (por decirlo con cierta elegancia), pues mis únicos ingresos proceden de una pensión de invalidez, de pequeña cuantía, porque estoy cobrando sólo el setenta y cinco por ciento de lo que en su día me corresponderá cuando llegue mi edad de jubilación.
En todo caso, sí me da pena que, en esta época navideña, la mayoría de la gente se gaste de manera irresponsable lo que tiene y lo que no tiene, no sé se atendiendo a unas ofertas muy agresivas, por presumir o por experimentar un placer efímero de adquirir cosas que, en muchos casos, no son necesarias. Allá cada cual con su actitud y sus bolsillos, pero no soy Vicente, que va donde va la gente...