18.08.2018. Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Canarias ya no es aquel vergel que en los siglos XVIII y XIX entusiasmó a ilustres naturalistas como Humboldt, Bonpland, Berthelot, Masson y muchos otros. Pero sigue conservando parte de la “virginal hermosura” que reseñara el escritor belga Jules Leclercq, uno de los primeros turistas que visitaron las Islas. Hoy, enterrado el mito del Jardín de las Hespérides, el Archipiélago es punto de encuentro de nuevos turistas, que cruzan por millones el mar que nos rodea, atraídos por el sol, la belleza de nuestros paisajes y su naturaleza (Martín Esquivel et al., 1995).
Actualmente el Archipiélago se encuentra en una encrucijada en cuanto a su futuro. Pues la fragmentación territorial, la densidad demográfica y a la casi exclusiva dependencia de su economía del sector servicios ha generado un modelo de desarrollo que supera la capacidad de recuperación que nuestros recursos naturales tienen. La necesidad de conservar lo que la herencia natural dejó en el archipiélago canario ha pasado de ser una cuestión meramente consecuente o responsable para con el medioambiente a ser una cuestión de marcado carácter social, económico y por ende institucional, donde cualquier discusión sobre su futuro, sobre la conservación y el progreso de entornos naturales, sociales y culturales, pasa por encajar las soluciones aportadas en un territorio que conforma un área de destino turístico de primer orden (Santana Talavera, 2001).
Referente a los residuos y los vertidos incontrolados, las Islas producen millones de toneladas de basura al año. La mayor parte de esos residuos son generados en el ámbito urbano. Su proliferación se debe fundamentalmente al fortísimo crecimiento poblacional que está sufriendo el Archipiélago, a lo que habría que añadirle un aumento en el nivel de vida, que en el caso de los residuos se traduce en un crecimiento de los mismos.
El problema de qué hacer con la basura que se genera cobra especial preocupación en un territorio insular, por eso los conceptos de prevención, reciclado y valorización, establecidos por la Estrategia de Residuos de la Unión Europea, toman una importancia fundamental.
Con la reducción en la generación de residuos, la promoción de ‘puntos limpios’ para la recogida de éstos, y el tratamiento respetuoso con el medio ambiente de los que se producen, se evitaría además la proliferación de vertidos incontrolados y cementerios de residuos que salpican algunos paisajes de las Islas.
Por otro lado, y en lo que respecta a Tenerife, vierte cada día al mar 57 millones de litros de agua que incumplen la legislación sobre tratamientos de aguas residuales y sólo 2,3 millones que sí la cumplen, de forma que el 96% de las aguas residuales urbanas o industriales se están tirando al mar en la isla sin que sean tratadas como establece la normativa vigente. Es por ello, que la responsable en España de la campaña A toda costa de la ONG, Paloma Nuche Gálvez, señala que “somos conscientes de la contaminación severa que hay en las aguas de baño de Canarias”, y recalcó los 394 puntos de vertido al mar en el Archipiélago, “lo que nos genera una gran preocupación”, y les hace pensar que “han convertido el mar que rodea Canarias en una cloaca”.
Por todo ello, y desde hace mucho tiempo, muchas son las asociaciones d vecinos y ecologistas que vienen denunciando la aparición de malos olores y manchas en las costas canarias, que, según Ricardo Redondas, exdirector general de Salud Pública del Gobierno de Canarias, se han originado debido a aguas fecales. Sin duda, la masificación de hoteles, apartamentos, casas y chabolas que están ubicadas en las costas de Canarias, están provocando que las potabilizadoras no den abastos para depurar tantas aguas fecales, sobre todo cuando llega el verano, donde el numero de turistas y de inmigrantes se multiplica.
Por lo tanto, es hora y momento de tomar conciencia del daño que le estamos haciendo al medio ambiente; como lo contaminamos y como vamos matándolo poco a poco. Un regalo de la naturaleza que no sabemos valorar ni respetar, convirtiéndonos en los mayores depredadores de nuestro propio ecosistema.