29.05.2019 | Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Mi santa madre, que vivió bastante --se nos marchó a los noventa años de edad-- y llegó a ser feliz en muchos momentos de su existencia terrenal (o eso creo), poco antes de despedirse de este mundo tremebundo me comentó una vez que, cuanto más mayor se hacía, más recordaba a las personas queridas que se la habían adelantado en el adiós, porque a medida que transcurre el tiempo y seguimos existiendo es lógico que más seres transiten por el túnel de la luz blanca intensa y agradable, algo que uno define de esta manera porque en más de una ocasión he recorrido un pequeño tramo. de ese pasadizo ignoto.
Viene a cuento este pequeño comentario inicial por que he decidido, desde hace meses, no acudir a los tanatorios a dar el pésame a los familiares de un extinto que he conocido, porque sencillamente me deprimen esos sitios y ya me voy haciendo mayor para tener que ver, a través de un cristal, el cuerpo yacente de un amigo, dentro de una caja de madera y rodeado de coronas de flores.
Contemplar este panorama me horripila, porque es nuestra costumbre, desde hace mucho tiempo, honrar a nuestros muertos con flores, cuando en realidad a esas personas ya en el tránsito hacia el Cosmos teníamos que haberlas homenajeado en vida y demostrarles todo el cariño que les teníamos, y no en las horas posteriores a su muerte, porque las pobres ya no se enteran de esa ofrenda floral, por muy bonitas y vistosas que sean las coronas y los ramos que rodean los ataúdes.
Por toda esa parafernalia fúnebre que envuelve el ambiente, me niego a ir a partir de ahora a esos sitio donde se rinde culto a los muertos. Con sus excepciones, claro, como cuando me toque a mí, porque no me quedará más remedio después de que me pongan el pijama de madera, o cuando un familiar muy directo sea el protagonista de la lamentable situación, que espero y deseo sea lo más tarde posible.
Además, estoy muy cansado de ver siempre las mismas caras circunspectas en los tanatorios y de saludar a familiares, amigos y conocidos a los que uno no veía desde hace meses, y es una lástima que tengamos que encontrarnos en un lugar tan tétrico, a pesar de que los mortuorios de hoy cuentan con salas muy confortables y quienes organizan los actos fúnebres ofrecen hasta un refrigerio a los más allegados del difunto.
Desde hace poco tiempo he sustituido mi visita a los tanatorios (del griego "tanatós", que significa muerte) por acudir a las llamadas "misas de salida", que normalmente se celebran la semana siguiente de producirse los óbitos, con lo que uno "cumple" con los más allegados al difunto y molesta menos a los deudos, que en los momentos previos al sepelio y posterior inhumación o cremación del cuerpo sin vida del hombre o la mujer que se marchó hay que dejarlos con su pena y su dolor y no atosigarlos, de manera innecesaria. Y eso.