03.02.2020 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
Una sociedad mejor exige contar con todos los medios posibles e indispensables, que permitan un desenvolvimiento fluido de la convivencia, de forma ordenada, bien estructurada, sin obstáculos o interrupciones. Para conseguirlo hay que contar con las infraestructuras, de todo tipo, que sean la base sobre la que se asiente una actividad económica estable y generadora de empleo. Hacer una simbiosis entre territorio y construcción, no es una tarea novedosa, ha sido permanente a lo largo de la historia. En el momento actual, conseguirlo es imperativo. Se trata de buscar confluencias que permitan una actuación respetuosa con el medio ambiente, pero a la vez, poniendo a las personas en primer lugar, lo que significa ciudades mejores, más cómodas, mejor comunicadas, saludables, inteligentes, modernas y necesariamente más limpias. Hay retos irrenunciables, que reclaman aportaciones sustanciales en la eficiencia energética, la digitalización, en la innovación constante, la accesibilidad universal y por su actualidad, la lucha sin cuartel contra la contaminación, sin olvidarnos de la economía circular, a través de la rehabilitación y la reforma edificatoria. No podemos quedarnos quietos, tomando una postura cómoda o equidistante ante una realidad que nos cuestiona. Que los fatalismos no tengan sitio, para que no se produzca lo que manifestó el filósofo Friedrich Nietzsche: “la tierra tiene una piel y esa piel tiene enfermedades; una de las enfermedades es conocida como hombre”.
El futuro de la construcción, clave en la economía y sociedad canaria, tiene que ir paralelo al desarrollo social o económico, no puede ser de otra manera, porque sin la actividad constructora no hay vida. Nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos y nos envuelve en toda la coexistencia humana. Los retos venideros hay que afrontarlos para ganarlos y las tendencias del sector van por novedosos materiales, abastecimiento energético sostenible y nuevos modelos de ciudades. La propensión global hacia un desplazamiento demográfico dirigido a las zonas urbanas es un hecho incuestionable, que está propiciando, en el lado contrario, el vaciamiento de ciudades o pueblos, en espacios más rurales, que en otro tiempo fueron núcleos significativos de poblamiento. Este fenómeno se produce no sólo por cuestiones económicas, sino también, sociológicas, porque en esa atracción que produce la urbanización, se busca la comodidad de la sociedad moderna, con la digitalización e incorporación a la vida ordinaria de nuevas tecnologías que facilitan el quehacer diario, haciéndolo más llevadero y confortable, así como contar con todos los equipamientos comunitarios facilitadores de la movilidad, la convivencia, la rapidez y el encuentro.
El presente que vivimos y el futuro que disfrutaremos pasa inexcusablemente por una edificación sostenible con una aportación de infraestructuras eficientes, seguras y modernas, ya que los requisitos climáticos que marcan los acuerdos internacionales hay que cumplirlos. Todos tenemos que ceder y a la vez aportar, somos responsables del presente, pero también, deudores de lo que viene y de lo que dejamos a las próximas generaciones, que tiene que ser incluso mejor de lo que disfrutamos actualmente. Tener confort, calidad de vida, bienestar social, salud personal y ambiental, son metas cada vez más exigentes, que deberían propiciar una reflexión sobre lo que estamos haciendo mal, para corregirlo y lo que realizamos bien, para mejorarlo. Cuando se quiere se puede y el sector de la construcción contribuye a la vertebración territorial y a la cohesión social, dando respuesta a la cada vez más exigente demanda ciudadana y del sistema económico, al requerir un entorno agradable, saludable y vivencial. Todos somos partícipes del porvenir, construyendo el presente juiciosamente.