17.08.2017. Redacción / Opinión.
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Cuando en estas Islas aún no había supermercados (creo que el primero que se montó en Tenerife fue el "2000", especializado en productos alemanes, para la colonia germana que vivía por entonces en el Puerto de la Cruz; o tal vez el "San Antonio", en la calle santacrucera del mismo nombre), ni mucho menos se habían establecido por estas tierras las grandes superficies comerciales de distintas compañías multinacionales de la alimentación, en cada localidad o pequeña población existían uno o varios locales muy curiosos, casi siempre atendidos por un matrimonio del propio pueblo.
Se trataba de lo que se puede denominar el bar/tienda, es decir un establecimiento con un doble fin comercial: el bar, para despachar vino de la zona, cervezas locales y otras bebidas alcohólicas y algunas tapas de comida, negocio que era atendido por el hombre de la casa; y normalmente a su vera, casi siempre comunicada con el bar propiamente dicho, la denostada venta de comestibles, atendida por la señora de la familia, en la que uno podía encontrar de casi todo, sin tener que desplazarse, para lo más necesario, a la localidad cercana más importante, que ejercía de cabecera de la comarca respectiva.
En aquellas ventitas, además de conservas en lata y frutas y verduras frescas se vendía cualquier cosa, desde hilos de coser hasta alpargatas y lonas, velas, bombillas, sogas, carbón, petróleo para las estufas, calderos, linternas y too lo que ustedes se puedan imaginar, si nacieron después de los años setenta del pasado siglo y no llegaron a verlas en su pleno apogeo.
En el bar anexo, atendido por el caballero, además de bebidas y refrescos, podíamos encontrar aquellas antiguas y peculiares botellas de sifón (agua gasificada), que en Tenerife las fabricaba una empresa radicada en Icod de los Vinos, si la memoria no me falla.
En aquellos bares también se vendían cigarrillos (sueltos y en cajetillas), mecheros, transistores, pilas pequeñas, medianas y grandes, los cupones de los ciegos, dulces y pasteles y hasta caramelos y bombones.
Igualmente era habitual ver expuestos para su venta en estos bares de pueblos cochecitos de juguetes y muñecas y ositos de peluche de los mas diversos tamaños (para que los clientes se los regalaran a los niños y no se pusieran pesados) y hasta pendientes y collares de bisutería, porque casi siempre el mago, cuando se entretenía con los amigos en el local, jugando a la baraja o echando varias partidas de dominó se le hacía tarde y llegaba a cenar a su casa bastante más tarde de lo previsto y para congraciarse con la parienta le solía comprar alguna baratija o incluso una cajita de bombones, que también vendían en el susodicho establecimiento.
Normalmente, estos bares/ventas se encontraban en la plaza más importante del pueblo o cerca de la parada de la guagua y, desde su apertura, a primera hora de la mañana, ya se convertían en el centro neurálgico de los transeúntes, que se tomaban el primer café --y muchas veces una copa de coñac o de aguardiente-- antes de acudir a sus puestos de trabajo, tradición masculina que todavía suele practicarse en muchos pueblos isleños por gentes del lugar.
Y no podemos olvidarnos de las populares libretas, en las que los venteros apuntaban los usuales fiados de muchos clientes, que mandaban a sus hijos a hacer los recados de la compra y le decían a la encargada del comercio que apuntara lo que se decía, que su madre pasaría a pagar cuando su padre cobrara el sueldo. Mucho hambrita, como decimos isleños, mataron esta ventitas de los pueblos y barrios de nuestra tierra.
Foto Canarias: Ratitos de nuestra historia y de nuestra tierra