Aquel susto en el hotel de Lanzarote

04.06.2019 | Redacción | Opinión

Por: Paco Pérez

pacopego@hotmail.com

Ya les comenté una anécdota personal que me ocurrió en un hotel de Madeira. Vamos con otra, un tanto agridulce, que viví en el restaurante del hotel "Las Salinas", en Costa Teguise, en la isla de Lanzarote.

Fue durante mi luna de miel de mi primer matrimonio y elegimos para quedarnos en la isla de César Manrique, aquel inmenso artista conejero, un apartamento en primera línea de las playas de Puerto del Carmen, como por aquel entonces hacían muchos recién casados, con la particularidad de que en nuestro caso mi mujer conocía Lanzarote muy bien, porque había estado varias veces con anterioridad, y yo era la primera vez que viajaba a ese precioso territorio insular, hoy ya demasiado masificado, por desgracia.

Una noche nos apeteció ir a cenar al restaurante del hotel "Las Salinas", en Costa Teguise, el hotel más lujoso por aquel entonces. Vimos, con extrañeza, que a las puertas del mismo estaba estacionada una furgoneta de la Policía Nacional, pero no le dimos importancia a la presencia de aquel vehículo de las fuerzas de seguridad, aparcamos el coche de alquiler (un Ford Fiesta de color naranja) y entramos en el establecimiento de lujo.

Cuando ya nos habían servido el primer plato, un susto, porque apareció de repente en el comedor una decena hombres corpulentos, que obedecían las instrucciones de una pequeña mujer japonesa, que más tarde me enteré de quién se trataba.

Momentos después, se acercó el mâitre del hotel y nos preguntó en qué habitación nos encontrábamos alojados. Le contesté que en ninguna, que estábamos de luna del miel, que éramos de Tenerife y que nos había apetecido cenar "Las Salinas".

No habrían pasado ni dos minutos, cuando hicieron acto de presencia en el restaurante los reyes de Jordania, Hussein y Noor, y ella eligió sentarse en una mesa justo al lado de la nuestra. Nos intercambiamos sonrisas y nada más.

Yo quedé de espaldas a los monarcas alauitas, pero mi mujer, que les veía a dos o tres metros, no paró de comentarme detalles de la reina de origen norteamericano, de lo que comían, de lo que bebían (creo que jugos de naranja natural), y de contemplar la belleza y elegancia de aquella dama, y de detallarme las preciosas joyas que portaba, entre ellas un deslumbrante collar de esmeraldas, con zarcillos a juego.

Como comprenderán, no me he olvidado de aquella anécdota, por la inesperada presencia de aquel matrimonio real, a la que seguramente le advirtieron que no éramos hebreos, sino una parejita de recién casados naturales y residentes en Canarias.

Ah, por cierto. Aquella mujer bajita de rasgos orientales, que fue la causante de asustarnos con la "invasión" de guardaespaldas, era la jefa de seguridad de Hussein. Me lo dijo, a los postres, uno de los camareros que nos atendió. Casi nada la japonesita. ¡Si te coge¡ Jajaja.

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