26.11.2018. Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Este pasado sábado, a las siete de esta tarde regresé a casa después de estar paseando algo más de una hora por las calles del casco histórico de La Laguna. Un ambientazo sabatino tremendo y apabullante. Si no había varios miles de personas no había ninguna.
Las terrazas de las tabernas y bares de la Plaza del doctor Olivera, en la explanada de la Iglesia de La Concepción, estaban repleta de gente, consumiendo bebidas y comidas tanto en el exterior como en el interior de la docena de locales que hay en la zona, desde Pal-Melita, El Extremeño, La Venta, el Venezia, El Rincón Lagunero, etcétera, hasta el Benidorm y el Caballo Blanco, Un grupo musical actuando en las escaleras de la Iglesia, cerca de la antigua parada de las guaguas Cirilas, algunos mimos en las principales vías, otras actuaciones musicales individuales, un fabricante de bolas de jabón, puestos de venta de castañas asadas, turrones de Tacoronte, almendras garrapiñadas y otras chuches y un gentío, en definitiva, que alegraba el ambiente urbano.
Ya de regreso a casa me tropecé con un numeroso grupo de mujeres de cierta edad, seguramente viudas, que estaban bailando en la parada del Tranvía en la Avenida de la Trinidad, mientras entraban a uno de los vagones rumbo a la capital.
Sin duda, La Laguna se ha alzado con el liderato como punto de encuentro y de ocio de todo el área metropolitana de la Isla, gracias a la peatonalización del núcleo histórico y a la concentración de tascas y bares en tan reducido espacio. La Laguna, desde hace unos años, dejó de ser una ciudad triste, apagada y solitaria, para convertirse en una urbe divertida y dinámica, sobre todo los fines de semana. Me alegro por el comercio local y por los centenares de personas que trabajan en la zona.
Los viandantes agradecen que por las principales calles del casco histórico ya no haya tráfico rodado de vehículos y muchas personas suben y bajan a Santa Cruz en el tranvía, sin necesidsad de desplazarse en coches hasta La Laguna y perder un tiempo innecesario en buscar una plaza donde aparcar el vehículo. Y, de paso, se pueden enjilgar un par de copas, sin temer un control de alcoholemia por la carretera.