22.09.2022 | Redacción | Opiión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
José Alberto Santana Díaz (La Laguna, 1918; Santa Cruz de Tenerife, 2008) fue un destacado periodista, director durante muchos años de "La Hoja del Lunes", el semanario que editaba la Asociación de la Prensa, firmaba sus artículos con el seudónimo de "Altober" (resultado de alterar las sílabas de Alberto).
Tuve la inmensa suerte de conocerlo y de tratarlo habitualmente, tanto en "La Tarde", como en la "Hoja" en la segunda mitad de los años setenta del pasado siglo, como con posterioridad, a diario, en "El Día", donde coincidimos y donde él escribía dos artículos, uno para el referido matutino, como "Florilán" y otro para "Jornada" que firmaba como "Tamaimo".
Altober y quien esto escribe entablamos con el tiempo una fructífera amistad y de él aprendí innumerables cosas, entre ellas su exquisita puntualidad, motivo del presente artículo, porque más abajo les contaré una anécdota que le sucedió en uno de sus centenares de viajes por todo el mundo.
Santana era poco gastador y todo lo que podía ahorrar lo empleaba en hacer grandes "escapadas" dos veces al año. Una de la personas que he tratado en mi vida que mayor número de países conoció durante su existencia, cuando en esos años los mortales no viajaban tanto como ahora y subirse a un avión era un lujo.
Fue un viajero solitario (enviudó muy joven y nunca más se volvió a casar, aunque siempre tuvo algunas íntimas amigas con las que se relacionaba habitualmente,) que presumía de tener amigos en todos los continentes y disfrutó mucho contando en los periódicos locales sus apreciaciones y experiencias de y en múltiples países.
Hombre muy discreto y reservado, siempre amigo de sus amigos, jamás se pronunció políticamente ni nadie supo cuál era su verdadera ideología, aunque es evidente que él, por necesidades del guion, vivió una tranquila posguerra civil española, porque supo nadar y esconder la ropa, para evitar problemas con el régimen dictatorial franquista.
Dotado de un gran sentido del humor (él fue autor de las numerosas "Altoberadas" que durante dos decenios publicó en "La Tarde"), era sin duda un hombre "de palabra", muy independiente y honrado a carta cabal.
Entre sus innumerables anécdotas, en cierta ocasión me contó una muy simpática que ahora he recordado, porque muchas personas desconocen que se falta al respeto cuando quedamos con un amigo o conocido a cierta hora y llegamos tarde a la cita.
A Altober, en Nueva York, le pasó todo lo contrario. Se había citado con un conocido en el domicilio de este y llegó con diez minutos de antelación. Empezó a tocar en el portero electrónico de la casa y nadie le contestó. Extrañado volvió a hacer sonar el timbre e insistió en la llamada, hasta que al llegar a la hora acordada se abrió la puerta del portal como por arte de magia.
Él, sorprendido, le preguntó a su amigo americano que dónde se había metido, porque había estado allí tocando y nadie le había respondido. El "gringo", ni corto ni perezoso, le dijo: "Alberto, es una falta de respeto llegar tarde a una cita, pero igual de irrespetuoso es acudir antes de la hora convenida". Y Santana se tuvo que envainar la respuesta, como se dice coloquialmente.
Esta es la "anécdota" que quería contarles, amables lectores. Nada más (y nada menos). ¡Fuerte mosca le plantó el individuo¡ Jajá.