A veces

18.11.2024 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

A veces llueve en noviembre. Pero solo a veces. Por dentro. Los amargos racimos de la melancolía crecen. Son del color de la miel, de la miel color miel. Y como las hojas en otoño: caen arqueándose, cadenciosos y en armonía. Como la nieve cuando sin viento, también cae y cada copo tiene el tamaño de un puño y la fragilidad de una pompa de jabón. Momentos en los que no hace frío y en los que en un abrir y cerrar de ojos todo viste de novia. A veces nieva en noviembre. Pero solo a veces. Esos días de mediados de cualquier noviembre tienen banda sonora y corazón de coral. De Neil Diamond a Bob Dylan, de Jacques Brel a las canciones de medio baldosín de Sabina. A los ritmos de Karol G, que mueven tu cuerpo como si te los hubieran inyectado en vena. Las melodías acompañan los agudos y los graves del recuerdo y te empujan también al mañana.

Recuerdo los momentos en los que nunca me preguntaba sobre la felicidad. Aquí está el problema. Porque las personas felices no se hacen demasiadas preguntas. La vida son mil respuestas sin preguntas. Como las caricias. O como los abrazos que no llegaron a ninguna parte. Como los besos que no nos atrevimos a dar. Que guardamos en el cajón del ya nunca lo sabrás. Y así, mientras escribo, disfruto cada palabra cuando marida con la siguiente o con la anterior y me nacen sonrisas silenciosas que pasean por la melancolía como si fuera una calle. Tristes pero agradables. Tiernas. Casi dulces.

Me pongo a pensar… y fue precisamente un noviembre, ya muy lejano, cuando empecé con esto de escribir. Veintiocho otoños ininterrumpidos con sus noviembres en los que –y aunque algunos parecieran salidos de un bolígrafo de hojalata- ustedes me han abierto sus puertas y, a veces, algunas veces, me han permitido acercarme a los umbrales de su corazón. A la puerta de su alma. Gracias.

Recordar es una manera de no perderse. Soy lo que quería ser. Y hago casi lo que quiero. Un afortunado. Un tipo con suerte. Recordar es una forma de preservar la esencia de lo que somos, de no perder de vista nuestros anhelos. Nuestros logros. En medio de la melancolía de un noviembre cualquiera –de este también- es reconfortante, a veces, mirar atrás y darse cuenta de que, a pesar de todo, estamos donde queríamos estar, haciendo aquello que amamos y disfrutando de cada instante, como si fuera el último verso de un poema inacabado que nos permiten terminar.

Y es que no nos envejecen los años. Envejecemos el día que nos levantamos dispuestos a vendernos al mejor postor. Al mejor impostor. El día en el que claudicamos y admitimos que todo y todos tenemos un precio. El día que aceptamos que esto es lo que hay, que siempre ha sido así y que no se puede hacer nada para cambiarlo. El día que mirando alrededor sólo vemos lo que puede verse; el día que alargamos la mano y sólo tocamos lo que puede tocarse. La tarde en la que salimos a caminar y solo recorremos los senderos que están marcados. Cuando renegamos de la aventura como si fuera ya cosa de otros. No nos resignemos. Es la forma de defendernos ante las ofensas de la vida. Aunque caminemos sobre los restos de un naufragio. A veces llueve en noviembre. También por dentro. Pero solo a veces.

Feliz domingo.

 

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