31.12.2023 | Redacción | Opinión
Cuando tienes hijos la vida te transforma. Te pone del revés sin que te des ni cuenta. Cambian las prioridades y hasta los horizontes estiran sus límites en direcciones que ni se te imaginaban. Quizás estas fechas sean las que concentren más momentos de esos en los que miras hacia dentro -o hacia “adentro” que parece más incisivo- de ti. Y te das cuenta de que el tiempo es rápido y cruel casi a partes iguales. Por más planes que hagas –y este es el día por excelencia de propósitos y anhelos de los que sabes que si cumples más de uno eres un crakc- los planes, decía, casi siempre los perfilan los hijos. Y eso que sabes que se irán. Ley de vida. Una ley que no votaste pero que ahí está por los siglos de los siglos.
Nochebuena. Veintidós a la mesa. Apretados, en la cocina-salón de la abuela que tan poco se parecía a la que fue y en la que crecimos los cinco hermanos. El espacio parecía ser más pequeño de lo que realmente es. Pero más que suficiente. Aunque somos muchos, para unirse sólo hace falta la voluntad de unirse. Y los miras y te das cuenta enseguida de lo efímero que es el tiempo. Y de lo distintos que somos. Y por momentos añoras aquella salita tan pequeña de la infancia en la que entraba tanta gente sin que las apreturas perdurasen en el tiempo. Todo lo contrario. Los recuerdos de aquellos días sólo visten el color de la alegría, de la solidaridad, del amor, del reencuentro familiar, del compartir, del sentimiento puro. Tan diferentes a las navidades de ahora, convertidas en una carrera del absurdo con el consumismo por religión, aunque las inunden de mares y océanos de luces.
Precisamente, ese deseo de juntarnos es cada vez más complejo para mí. Es como si, fuera de mi círculo privado, cada año me costase más tener vida social, cultivar nuevas amistades, incluso salir a tomar algo con gente a la que no conozco. O conozco poco. Y eso que me tengo por un animal social que disfruta de la conversación.
Y en estas fiestas, cuando de repente todo el mundo reaparece para retomar el contacto, me hace reflexionar sobre si esas desganas mías eran nuevas o estaban ahí antes, cuando la vida social era casi el motor de mi vida. Y por más vueltas que le doy al tema, siempre llego a la misma conclusión: la gran diferencia entre hoy y antes es que hoy tengo la sensación de que soy más dueño de mi tiempo y por eso trato de cuidar ese tiempo de una forma más activa que antes.
Y precisamente porque cada día se desvanece como si fuera un segundo, haré del tiempo mi propósito para el año que comienza mañana. Y trataré de gastarlo en aquello en lo que siento que debo gastarlo. Bueno, aunque sea solo una ilusión, la única moneda que tengo para sentir que esta vida es la que quiero vivir, es poder hacer con mi tiempo lo que quiera.
Es el propósito que también le brindo a usted. A mí me parece que no es poco. Diría incluso que es una enormidad. Pero eso, a partir de mañana. Hoy comeré las uvas y brindaré por usted y por todos los que quiero.
Feliz Año Nuevo.