20.08.2020 | Redacción | Opinión
Por: Magdalena Barreto González
A veces crees que has visto y vivido tantas cosas que, raramente algo puede sorprenderte y entonces llega la vida y te rompe los esquemas, te cambia los sueños, te presenta nuevas oportunidades vestidas de persona. Dicen que nadie llega a nuestra vida por casualidad y que el destino está escrito. No sé si la casualidad, la causalidad o el puñetero destino tienen algo que ver, pero sí creo que todas y cada una de las personas que llegan a nuestra vida es porque tienen algo que enseñarnos o algo que aprender. Algunas llegan de puntillas quizás con la intención de quedarse, y otras llegan en forma de huracán, destrozando los muros que cercan nuestra vida, arrasando con un montón de creencias y pensamientos que hemos adquirido con el paso de los años. Cuando esas personas llegan, hay un antes y un después en nuestro patrimonio vital. Para bien o para, nada vuelve a ser lo mismo cuando se van, porque sí, la mayoría de esa gente sólo viene a devastar nuestras fortalezas para que no nos quede más remedio que construir un nuevo presente. A veces necesitamos perder para ganar. Perder lo que tenemos, lo que nos hace cómodos y conformistas pero no felices, para aventurarnos a buscar nuevos proyectos, viajes y destinos. Es como esa patada en el culo que, aunque duela, sólo puede echarnos hacia delante. Un impulso, un pellizco de los que dejan marca para saber que no estabas soñando.
Como todo lo bueno y lo malo de la vida, sabes que será temporal, porque "no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista", pero lo bueno, tampoco es para siempre. De repente dejas de resistirte y te agarras a esa oportunidad porque te hace sentir más viva, porque te devuelve la confianza en ti misma, porque escarba donde otros no han escarbado y llega a ese rincón recóndito donde ¡zas¡ aparece ese tesoro que dabas por perdido. Está ahí, brillando a pesar de todo el polvo acumulado, agrietado por las batallas libradas y con algún pedazo roto, pero ya eres lo suficientemente mayor para saber que la belleza siempre está en los ojos que miran y que la historia que hay detrás de cada corazón, es más bonita e importante que todo lo que lo recubre. Ese tesoro tiene tanto valor que no tiene precio, aunque haya quienes lo comercialicen sin tasación previa. No sabes si volver a enterrarlo ahora que sabes que está ahí para mantenerlo a buen recaudo o celebrar que lo has recuperado y dejarte llevar por lo que sientes. Y esas dudas quedan resueltas cuando te coge de la mano y sin saber por qué, quieres caminar a su lado, el tiempo que sea, el tiempo que dure. La vida te ha enseñado que nada es para siempre. ¿Lo recuerdas?
Caminas hacia delante aún, sintiéndote en ruinas por dentro pero ahora sabes que en realidad no estás destruida sino que vuelves a ser cimiento. Y es ahí donde están tus pilares, donde vuelves a construir sueños.