22.03.2020 | Redacción | Relatos
Por: Magdalena Barreto González
Regreso a este lugar donde tantas veces he encontrado la calma, en un momento que, imagino, todos hemos calificado como poco de "surrealista". Nos levantamos cada mañana deseando conocer la evolución de esta crisis sanitaria que nos ha cambiado la forma de ser y de sentir; que nos ha puesto la vida patas arriba y que se ha metido dentro de cada uno de nosotros en forma de nudo; de esos que aprietan fuerte y cortan las respiración. Aunque hablo metafóricamente, esta pandemia protagonizada por un único enemigo llamado COVID-19 o Coronavirus, ya le ha quitado la respiración a miles de personas en todo el mundo. Ellas no tendrán la oportunidad de contarle a las futuras generaciones cómo un bicho invisible nos cambió la vida, nos arrebató la libertad durante un puñado de días y arrasó con la sonrisa de tanta gente. Ellos no podrán recordar esta pandemia como un mal sueño porque ya duermen eternamente. Mientras la mayoría de la población intentamos resguardarnos del enemigo, miles de personas siguen trabajando, luchando y exponiéndose cada día al contagio, para tratar de frenar y controlar este monstruo sin piedad que nos vapulea desde su privilegiada posición de invisibilidad.
Estamos viviendo una crisis sanitaria mundial que hace estragos no sólo en cada uno de nosotros a nivel personal y particular, sino que no deja títere con cabeza en todo lo que nos rodea. Nosotros, que nos creíamos dueños del universo y más listos que el planeta, nos hemos dado de bruces con una triste y dolorosa realidad que nos golpea el alma cada vez que actualizamos la información de lo que sucede "ahí fuera". Una jodida realidad que a la mayoría, nos mantiene "escondidos" en nuestras casas con la esperanza de que el virus no nos encuentre y por lo tanto, pase de largo. Pero esa misma jodida realidad es a la que se enfrentan los héroes de carne y hueso que cada día se arriesgan por salvar la vida de las personas afectadas o por intentar preservar el bienestar, la seguridad y el sustento de la población. Esos mismos héroes que sienten el dolor ajeno como propio porque reconocen en cada uno de nosotros a quien podría ser su padre, su hijo, su amigo o hermano.
Ojalá cuando pase todo esto, no olvidemos el valor que tienen todas y cada una de las profesiones, pero especialmente aquellas que se juegan su vida por la nuestra, aún sin los recursos adecuados para salvaguardar su propia seguridad.
Qué pena que una situación tan extrema como esta pandemia, sea la razón por la que hoy veamos el mundo distinto. Es muy triste que tengamos que pasar por una situación así para comprender que la vida no es eso que nos han contado, vendido o enseñado. Pero al final, de cada momento adverso, de cada época de crisis, sale algo positivo y en este caso, son las muchas muestras de solidaridad que se suceden a diario. Espero que también sea el despertar de muchas conciencias que hasta ahora no veían más allá de intereses propios
La vida no es conseguir objetivos, acumular trofeos, alcanzar metas, escalar posiciones, ganar más dinero, adquirir comodidades o ahorrar para el futuro; aunque todo ello sea a costa de invertir nuestro tiempo y olvidarnos de vivir. Hoy más que nunca debemos pensar que el futuro es ahora, porque más allá del ahora, todo es incierto.
No escribo estas líneas para recapitular datos sobre esta situación de emergencia sanitaria, ni de la evolución de las medidas adoptadas en un estado de alarma que nos ha cambiado la perspectiva y cuyo decreto se amplía justamente hoy por otros quince días. No voy a plasmar en números las cifras de afectados que nos ponen la piel de gallina. Ni siquiera voy a dar una pincelada sobre la gestión política que cada país está llevando cabo y que tantos debates acapara. No pienso escribir sobre la depuración de posibles responsabilidades públicas ni pronunciarme sobre si las decisiones tomadas son acertadas o desacertadas, si han llegado a tiempo o a destiempo. Ahora sólo nos queda tener fe y esperanza para que esta terrible situación acabe cuanto antes y que dentro de todo lo malo, salgamos reforzados como una sociedad más humana y unida. Ojalá aprendamos colectiva e individualmente a priorizar y a darle a cada cosa la importancia que realmente tiene.
Yo sólo escribo como alguien que, al igual que otros miles de personas, tiene que estar recluída en su casa. Alguien que ha perdido temporalmente su puesto de trabajo, que no sabe durante cuánto tiempo tendrá que ponerse guantes y usar mascarilla como medida de protección. Alguien que tiene miedo de lo que pasa fuera de su "zona de confort" y que teme que este maldito virus le haga daño a alguna de las personas que quiere. Soy una gran privilegiada porque afortunadamente no tengo que asumir ninguna pérdida personal, ni llorar a solas sin poder despedirme de un ser querido; ese es el verdadero drama que están viviendo millones de personas.
Escribo porque no se me ocurre una manera mejor de liberar la angustia, el dolor y la tristeza que me provoca lo que está pasando. Para dejar escapar el miedo que me acorrala las entrañas al pensar en las consecuencias que tendrá toda esto a nivel sanitario, económico y social. Escribo para salir de esta trinchera que en otras circunstancias es mi hogar.
Si algo estamos aprendiendo en estos momentos tan difíciles es "lo poquito que somos", por mucho que tengamos. De nada sirven las cosas materiales cuando no tienes la posibilidad de disfrutar de lo único que de verdad importa; la libertad, porque si hay algo contrario y antepuesto a la libertad, es el miedo.
Libertad para estar donde queramos, cuando queramos y con quien queramos. Ser libres de abrazar, de tocar, de besar y de acariciar a quienes nos importan.
Todo esto que está pasando y que nunca debió pasar, debe enseñarnos que la vida es lo que sucede cada día desde que nos levantamos y no aquello que planificamos o que aplazamos para mañana. La vida es ahora, en este momento.
La vida es tomarnos con los amigos ese café que tantas veces aplazamos, ponernos la ropa que guardamos "para salir", gastar ese perfume que nos encanta y que sólo nos ponemos en alguna ocasión especial. Ir a casa de nuestros padres sin programar la visita, cocinar lo que se nos antoja, caminar por donde nos apetece bajo la luz del sol o de la lluvia. La vida es abrazar a quienes queremos y sentir que no hay un lugar más seguro que esos brazos. Besar a los amigos y a la familia, cogernos de la mano y sentir que todo va a salir bien.
La vida es emocionarnos con un gesto, apagar las velas de cumpleaños bajo la atenta mirada de los nuestros, sonreír en el trabajo por muy duro que sea porque, al final, sólo es trabajo. Llegar a casa y disfrutar de nuestro espacio sabiendo que podemos abrir y cerrar la puerta tantas veces como queramos, sin ningún tipo de restricción.
Eso es la vida, en eso consiste vivir, en hacer grande todo aquello que hasta ahora nos parecía tan pequeño.