21.04.2020 | Redacción | Relatos
Por: Magdalena Barreto González
Me gusta sentir que necesitaba esta pausa, al margen de lo que pasa ahí fuera, aunque no tenga la casa como los chorros del oro, ni haya visto cuatro series en Neflix ni haya destacado como una potencial cocinera.
Desde luego nadie quería que este "alto en el camino" estuviera marcado por la tragedia, la pérdida y el dolor, pero a pesar de ello la vida sigue, el mundo no se ha detenido. Somos nosotros, muchos de nosotros, los que hemos pisado a fondo el freno de nuestras vidas casi derrapando porque de pronto, quedarnos en casa era nuestro principal cometido.
Hoy quiero hablar de mi pausa, de mi momento de soledad, de mi reencuentro emocional.
Al principio pensé que este confinamiento supondría una gran oportunidad para regalarme lo que más falta me hacía, tiempo. Tiempo para descansar física y mentalmente de un periodo laboral con muchos altibajos. Tiempo para mimarme, para retomar proyectos insignificantes pero gratificantes, para recolocar mis necesidades personales, para priorizar mis intereses e intentar recuperar parte de la energía que he ido perdiendo en el camino, a veces de manera injustificada. Hago este apunte porque en las conversaciones conmigo misma, me he dado cuenta de que a veces perdemos demasiado tiempo y salud (dos de las dos cosas más valiosas de la vida), por ser unos irresponsables con nosotros mismos. Perdemos tiempo y salud por dejar que las circunstancias y/o personas ajenas, cobren más importancia de la que deberían tener en nuestras vidas, por auto maltratarnos aguantando situaciones y/o personas que nos lastiman, que nos lastran, nos paralizan, nos apagan la sonrisa o nos quitan el sueño. Casi siempre lo hacemos por miedo a dar un golpe sobre la mesa y decir "basta, hasta aquí llegué". Miedo a que ese golpe sobre la mesa dañe o lastime a quien, a su vez, nos daña y lastima, convirtiéndonos en nuestras propias víctimas. Nos acostumbramos a interpretar un papel secundario que, aunque no nos guste, nos sabemos de memoria y nos mantiene en una zona de cierto confort, hasta que un día comprendemos que debemos ser el personaje principal de nuestra historia. No nos corresponde ningún otro papel sino el de protagonista. Miedo a tomar decisiones que cambien nuestra vida y tener que re-adaptarnos a lo que nos vendrá. Miedo a lo desconocido, a quedarnos solos; sin ser conscientes de que no hay peor soledad que la de estar con alguien que no nos complementa, que no nos hace crecer, que no nos ayuda a volar y en lugar de caminar a nuestro lado, nos va marcando el camino.
Nos estamos enfrentando a una situación tan nueva e inesperada, que es inevitable reflexionar sobre quiénes somos pero, sobre todo, sobre quién es la persona que vemos al otro lado cuando nos miramos en el espejo. Lo peor que nos puede pasar es encontrarnos con aquella persona que fuimos y no terminar de reconocerla y sentir que de alguna manera, hemos fracasado.
Hace unos días abrí una caja de cartón donde guardo todo tipo de papeles y fotografías que un día fueron importante para mi y descubrí varias cosas. La primera de ellas, es que por muy difícil que sean algunos capítulos de nuestra vida, el tiempo nos recompone, nos reconstruye y llega un momento en el que aquello que era lo peor que nos podía pasar, se convierte en un capítulo más de nuestra historia. Cerramos los ojos y nos aturde comprobar lo fuerte y valientes que fuimos, más de lo que nunca pudimos imaginar. Pero sí, lo superamos y seguimos adelante porque la vida no se detiene, porque el mundo por mucho que Mafalda lo pidiera, no se para para que nos bajemos.
Descubrí también que las personas estamos hechas de momentos, de pedazos de otras personas y que lo único que importa son los instantes en los que somos felices. Esto ya lo sabía, pero he dejado de ponerlo en práctica. Me reencontré con viejas fotografías y lejos de añorar a la persona que fui, con algunos kilos menos y el pelo más claro, extrañé la sonrisa y el brillo de los ojos, esos que no mienten. Y me entró nostalgia por sentir la ausencia de momentos felices. Pensé mucho sobre ello y entendí que los momentos felices se construyen. En realidad, los momentos sólo son felices cuando nosotros lo somos, por eso en circunstancias adversas podemos sentirnos las personas más afortunadas del planeta con el detalle más insignificante. Está claro que la felicidad nunca debe ser una meta, sino un propósito diario. Por cierto, ahora recordé las palabras de una amiga muy importante para mi que una vez me dijo: -"Magda, para que el amor de pareja dure, hay que tomar diariamente la decisión de querer a esa persona"-. No sé si tiene o no razón, lógicamente no se refiere a relaciones tóxicas, pero si es cierto que nuestro bienestar en general pasa por la toma de decisiones diarias. "Hoy decido que voy a estar bien, que ningún problema cobrará más importancia de la que tiene, decido que nadie me va a ofender ni lastimar, decido ser feliz con todo lo que tengo a mi alrededor". A lo mejor si nos hacemos ese propósito a diario, el mundo no cambie, pero nosotros sí.
Ahora que más que nunca, hemos recordado el valor de las cosas pequeñas, deberíamos ser mucho más felices que antes de que todo esto sucediera, porque si algo he aprendido es que ser feliz cuesta muy poco y no serlo sale muy caro.
No creo que cuando regresemos a una relativa normalidad vayamos a ser mejores personas, simplemente creo que los tiempos difíciles hacen que aflore lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Nadie va a ser de repente una buena persona si nunca lo ha sido, simplemente puede ser mejor persona que no es lo mismo. No creo en transformaciones milagrosas pero si es verdad que cuando comprendemos lo vulnerables que somos, tendemos a mejorar y reforzar ciertos valores. En cambio, sí quiero apostar por el aprendizaje personal que todo esto supone.
Cuando todo pase, quiero recordar que durante semanas fui capaz de sentirme bien conmigo misma sin depender de nadie para ello, que hay que encontrar tiempo para hacer lo que realmente me gusta porque me hace sentir bien. No debo volver a permitir que nadie asuma el papel protagonista de mi vida porque ese guión, lo escribo y lo interpreto únicamente yo. En cuanto al trabajo que tantos vaivenes ha provocado en mi persona, tengo que asumir que es sólo una fuente de ingresos y como tal, no debe quitarme ni la salud ni la paz. Que tengo pocas personas importantes en mi vida pero las que tengo son de verdad. El resto, simplemente es gente que está de paso o que ya pasó. He vuelto a constatar, quiénes son mis amigos reales, los que me quieren en los buenos momentos pero también en los malos y me recuerdan a pesar de no necesitarme. Esos son mis amigos de vida y los que me llevaré hasta la muerte. El resto, puede esperar.
Es curioso que una caja de recuerdos despierte tantas sensaciones pero sobre todo me quedo con lo más importante para mi. Quiero recuperar a la chica de los ojos alegres y dentro de unos años cuando encuentre las fotografías de ahora, reconozca sin añoranza a la persona en la que me he convertido y sienta que soy una versión mejorada de todo lo que fui.
En definitiva, estoy aprendiendo que debo vivir de tal manera, que cuando vuelva a abrir una caja de cartón llena de recuerdos, me provoque una sonrisa y sienta la satisfacción de haber vivido como he querido y decidido y celebrar que cada día la vida, ha sido el mayor de los regalos.