12.12.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Soñaba con perderse en uno de los caminos que indagaba en sus cuentos, de esos que solo conocía ella y que, aunque la buscaran jamás la encontrarían. Deseaba alejarse de todo lo que la rodeaba porque había descubierto que en ese espacio la inundaba la paz, la honestidad y la belleza. No existía desazón, ni tristeza, ni afán de poseer objetos que no tenían sino valor material y que solo perduraban un tiempo limitado para después convertirse en cenizas y, por ellos sus semejantes hacían cosas grotescas, Valeria, no los necesitaba. Cuando se adentró en el bosque aquella mañana de primavera no sabía bien el dolor que dejaría tras de sí, pero sí experimentó un camino de luz que la envolvía, como a una princesa, y se dejaba guiar por ese resplandor que la introducía en lo más hondo del lugar. Salieron en bandadas a buscarla y con bocinas pronunciaban su nombre. Todos lloraban su pérdida menos su amado, él sabía de sus cuentos y no dudaba de que Valeria se habría transformado en uno de esos personajes de fábula y que, tal si fuera una mariposa viajaría con el viento. A veces, mientras las cuadrillas buscaban entre los ramales, él la sentía cerca como si fuera un aleteo o un flujo de aromas florales que bañaban su cara, y recordaba la canción de Camarón, la que recitaban juntos como si fuera un poema: "gitana, cuando yo muera vendré a acariciar tu cara vestido de primavera". A veces pensaba que Valeria no se había ido, sino que vivía dentro de su ser y alguna vez brotaban sus lágrimas como ríos por su cara. Valeria lo contemplaba con desconsuelo porque sabía que él solo era un personaje de sus cuentos.
Imagen de archivo: Isa Hernández