17.07.2022 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Tenía prisa, salía de vacaciones y estaba desesperada por llegar a su destino. Carla había alquilado un apartamento por internet para dos semanas en Marbella; le pareció caro, pero después del año tan duro que había acaecido no le importaba pasarse en el gasto si ello le reportaba un descanso seguro y el poder desconectar del trabajo y de los problemas que llevaba a sus espaldas. Acababa de romper con Mario y quería alejarse del entorno donde la pareja era muy conocida, estaba abatida y no tenía ganas de dar explicaciones. Agosto no es su mes preferido porque está todo abarrotado de gente y hay muchos niños en la playa que la salpican y la distraen de su mundo cercado, pero era la única posibilidad que le quedaba de elegir entre los compañeros. Confiaba que con las restricciones no hubiera masificaciones. Llegó en su coche pasadas las seis de la tarde; no tuvo dificultad para encontrar el lugar, estaba céntrico y cercano a la playa, venía de Madrid y estaba deseosa de ver el mar. Se instaló en el número 7 de la segunda planta, fue el que le tocó; le gustó porque el ventanal de su dormitorio daba al frente del parque, y tenía el mar ante sus ojos. Se quedó un rato contemplando la inmensidad azul hasta que se percató de que un mar de lágrimas manaba a raudales por sus mejillas como si derramara la emoción de liberar tanta presión pensó mientras se lavaba la cara. Su tormenta interior estaba amainando y esperaba que su mente se tranquilizara en la orilla de la playa y en los paseos por la ciudad costera. Se puso el bikini rosa, preparó la cesta con la toalla y demás bártulos y se ató el pelo azabache en una coleta con coletero de brillos dorados. No había mucha gente en la playa y pudo ocupar un rincón solitario. Extendió la enorme toalla rosa e intentó quedarse sentada a la sombra de su pamela rosa, que le daba sombra en toda la cara, y leer un rato, pero guardó el libro porque no se concentraba. Se acercó a la orilla, el agua salpicaba su cuerpo y se irguió como si se erizara. Sonrió para sí y se extrañó; hacía tiempo que no reía como si su boca hubiera olvidad el rictus de la risa y de pronto apareciera de nuevo. Se adentró en el agua y nadó con fuerza como echando fuera todos los lamentos, resentimientos y sinsabores de los últimos acontecimientos que habían empañado su vida. Al salir del agua se agitó como para sacudirse el agua antes de tumbarse en la toalla, se recompuso el pelo y se tendió al sol. Su cuerpo esbelto lleno de gotitas perladas brillaba sobre la arena. Cerró los ojos y se dejó enervar al sonido de la brisa. El primer contacto con la naturaleza y el empeño de sobreponerse asomaba un atisbo de luz, fortaleza y esperanza en la mente de Carla.
Imagen de archivo: Isa Hernández