26.02.2023 | Redacción | Relato
Por: Jesica Delgado
La discusión interna se hace pública, se transporta en un colectivo porteño, trabado en el tránsito de la rutina.
Desconcierto para quiénes, sin asumir la locura en la que viven, carecen de sabores que resalten su alimento. Sólo sal para los plebeyos, esclavos de una tiranía humana.
Se juzga a simple vista lo complejo, ¿cómo se pretende entonces avanzar?.
Noto que las ovejas temen del propio cuerpo que las mantiene en pie, dan su poder al pastor que las guía a ser rentables. Cómo bailar estrepitosamente espanta a las moscas y advierte a los vigilantes, que duros y autoritarios, tienen también entumecida el alma ante la libertad del ser.
Un semejante, ese debería ser nuestro dios en quién depositar la fe. No queremos cargar la mochila de la perfección, pues no existe meta. Sólo un camino que se borra constantemente en nuestra lucha.
Bajo el mismo sol, chocan las nubes dando agua para la vida, y tal como la familia, no se la elige votando una lista de nombres en un papel.
Errante la miseria por si misma, y en el extremo de la soga la opulencia le pone precio a todo. Cortemosla. Soltemos que las manos se queman obsesivas y ambiciosas.
En el medio cuelgan los ahorcados, quebrada su conexión entre mente y cuerpo. Como una bonita flor que al arrancarla de la tierra, marchita y nos apura. deseando volver a ella, para renacer una y otra vez, sin cansancio.
Dos coordenadas. Tiempo y espacio.
Quién decide y quién manda, no debería ser tu rey.