30.11.2020 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Un lugar minúsculo en el océano, que un día emergió de sus entrañas como fuego incandescente, y se formó un triángulo de lava color azabache formando ríos de fuego con una inmensa caldera en el centro donde habita la vida salvaje y mana el agua de colores desde los recónditos huecos de las rocas, que transcurre mansamente a veces, y otras con inmensas cascadas que acontece por los barrancos en su recorrido de obstáculos hasta llegar al mar. Mirarla durante el trayecto, limpia y cristalina, con los brillos ocres, esmeraldas, y turquesas del entorno, apacigua los más puros instintos de los seres vivos que rondan sus escondites, guaridas de los fantasmas de mis sueños. La contemplación de esta isla mágica es un tesoro, despierta el más puro deseo en mi corazón de su preservación, para que el mundo pueda tomar ejemplo y haga lo mismo con todos los lugares mágicos de nuestro planeta. Con ello expando mi deseo infinito de llamar la atención a la protección y conservación de nuestros bosques y nuestros mares a quienes corresponda su custodia. Pero cada uno de nosotros debemos poner nuestro granito de arena y tener la responsabilidad de no ensuciar nuestro hábitat de la forma que crea y sea consciente para evitar manchar tanta belleza. Tener la suerte de vivir y poder contemplar la naturaleza ya es un privilegio, y, solo por eso, tenemos la obligación de cuidar nuestro pequeño rincón del planeta.
Imagen: Isa Hernández | CEDIDA