04.09.2023 | Redacción | Poesía
Por: Isa Hernández
Solos y abandonados esos niños con su alma perdida,
remueve conciencias, pero nadie alimenta,
resuena la música de los tambores y sigue la fiesta,
lágrimas a mares resbalan en mi cara desolada.
Sienten el miedo en su trémula piel, en la negra oscuridad;
mientras suena la música de colores,
el frío helado se apodera de sus corazones,
el rico y el pobre llaman a sus madres con la misma intensidad.
Nadie responde a sus profundos gritos en la soledad,
la multitud implora crear un edén dorado,
para amparar y dar amor al necesitado,
los dos necesitan ternura soñada y juegos de veracidad.
Paraguas de seda rosada bailan en mi mente,
como si fueran hermosos recuerdos de mis pensamientos,
coros de niños cantan al desamor con dulce sentimiento,
es la magia arrebolada de las melodías al céfiro silente.