07.11.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Cuando lo descubrió lloró tanto que no había forma de consolarlo. Su madre trataba de calmarlo, pero no logró convencerlo con el esclarecimiento y, a él se le derribaron los esquemas. Sus compañeros lo comentaban al salir de clase, y discutían entre ellos, pero él no creía la explicación del profesor ni la disputa de sus compañeros; deseaba llegar a su casa para contárselo a su madre y, cuando su madre se lo confirmó rompió todos sus poemas donde mentaba el cielo azul. Creía que, en lo más profundo, el cielo seguía siendo azul hasta el infinito. Él había estudiado que el color azul se esparcía más que el resto de los colores porque viajaba en olas más cortas, y por eso el cielo era de ese tono, porque la luz del sol comprendía todos los colores del arco-iris y al interaccionar con la atmósfera predominaba el azul cielo, pero no se imaginaba que, a una distancia de ese azul de sus poemas, el cielo se veía de color añil y un poco más arriba asomaba el color negro, la más absoluta oscuridad, porque se entraba en el espacio, y según la explicación del profesor a una distancia finita de la tierra firme todo es negro. Le aterraba que eso fuera verdad, pensaba que las noches estrelladas sin luna, eran brunas debido a la falta de claridad por no estar la luna. No entendía que esa negrura pudiera estar relacionada con los agujeros negros, cuando señalaba el profesor que era debido a la contaminación de la tierra. Su madre se lo confirmó, pero le insistió en que no mezclara las ideas albergadas en su mente, quizá deseosa de que conservara la imaginación y siguiera describiendo en sus poemas esa luz de color azul de los cielos de sus quimeras.
Imagen de archivo: Isa Hernández