Loceras: El Barro se convierte en oro

Cuando una representación de las loceras de La Gomera se suban el próximo 30 de mayo al escenario para recibir la medalla de Oro de Canarias, los habitantes de las Islas deben saber que quienes estarán allí arriban son más que unas alfareras. En realidad se trata de las representantes de un arte milenario, nacido de la época de los habitantes prehispánicos de La Gomera, y que ha logrado llegar hasta nuestros días en su esencia más pura.

El presidente del Cabildo de La Gomera, Casimiro Curbelo, es consciente de la labor que realizan cada día estas mujeres artesanas que, con sus manos, logran realizar auténticas piezas de arte. Por ello, celebra que el Gobierno de Canarias otorgue este merecido reconocimiento “que pone en valor el enorme esfuerzo que vuelcan para llevar a cabo su trabajo con plena dedicación, contribuyendo a la conservación de este legado y al impulso económico de la alfarería”.

Esta tradición, además de ofrecer artículos útiles para la ciudadanía supone un gran atractivo para los visitantes que llegan a la Isla, tanto de fuera de España como nacionales. Hoy en el pueblo de El Cercado hay alrededor de una decena de mujeres a las que sus madres y abuelas transmitieron un conocimiento milenario. En todas ellas se repite esta herencia hecha del día a día.

Algunas incluso fueron testigos de cómo las mujeres recorrían a pie largos kilómetros con las piezas que elaboraban para cambiarlas por otros elementos básicos con los que poder alimentar a su familia. Esta actividad, conocida como “trueque”, suponía un esfuerzo sobrehumano. Las mujeres salían poco antes del amanecer y volvían de madrugada. Cargaban a sus espaldas todas las piezas que pudieran y regresaban con aceite, azúcar, millo, pescado o cualquier alimento que permitiera dar de comer a la familia. En ocasiones, las mujeres caían al suelo por agotamiento y muchas de las vasijas que portaban se veían afectadas. Tenían tan solo unas alpargatas, que se ponían para entrar al pueblo para que no lucieran desgastadas, por lo que todo el recorrido lo debían hacer descalzas.

Maribel González forma parte de este exclusivo grupo de loceras. Todas ellas mujeres y nacidas en El Cercado. El último refugio de una manera de entender la alfarería inédita en el resto del mundo. Esta artesana es nieta de la legendaria locera, Guadalupe Niebla, a quien se le puede atribuir la supervivencia de la locería.

En contra de lo que pueda parecer estas mujeres no tienen miedo a los cambios y a las innovaciones. Al fin y al cabo la técnica siempre permanece invariable. “La principal novedad es que nuestras abuelas trabajaban sólo en esto por necesidad y nosotras le dedicamos el tiempo que podemos. O que antes se compraban porque era la vajilla que se usaba en la cocina y ahora nos la piden como decoración”. De hecho, el cambio más significativo que se ha sucedido en este tiempo es uno y fundamental: las piezas se han tenido que reducir, con el fin de facilitar su traslado en avión.

En estos talleres se elaboran tallas de agua, platos, vasijas para el tueste de las castañas. En estos momentos se dedican de forma exclusiva a esta particular forma de entender la alfarería dos mujeres y el resto lo compagina con otro trabajo. Maribel es de las pocas cuyo oficio es ser locera a pleno rendimiento, aunque reconoce que en cuanto tiene algo más de tiempo, se dedica a otros menesteres porque es complicado vivir exclusivamente de este oficio.

En cuanto a que tan solo las mujeres se dedican a ser loceras no es del todo cierto. Un alumno al que enseñó en una de las jornadas formativas impulsadas desde el Cabildo, ha decidido también convertirse en locero. Tal vez sea el primero de la historia. El por qué de esta focalización por géneros, lo explica Maribel de una manera muy sencilla: “No creo que se trate de un trabajo femenino o masculino sino que antes los hombres tenían que dedicarle todo el tiempo al campo y por eso las mujeres eran las que podían ejercer esta labor de alfarería”.

Probablemente, Maribel será una de las que el próximo Día de Canarias acuda a recoger el premio. Cree que no sólo se trata de un reconocimiento sino que también servirá de impulso para evitar el riesgo de que algún día desaparezca esta tradición. “Esa posibilidad existe pero por suerte ahora es más difícil que hace un tiempo”, argumenta. Hubo una época intermedia en la que fue necesaria adaptarse a los cambios que se sucedían con rapidez. Pero al parecer la alfarería ha encontrado su espacio propio y diferenciado desde el que poder seguir viviendo.

Explica que su abuela ha contribuido en gran parte a que esta labor se mantenga hasta hoy en día, ya que entre otras cuestiones, “nunca mostró reparo alguno en que le sacaran fotos,a atender a  periodistas o salir en documentales, algo por lo que también recibió algunas críticas”.

Las instituciones como el Cabildo han dado su apoyo a esta actividad. Financia cursos en los colegios y la realización de talleres itinerantes. Además las propias loceras también imparten cursillos de una hora a los extranjeros. En El Cercado existe un centro de interpretación que sirve a la vez de museo y de lugar donde realizar numerosas actividades relacionadas con este mundo.

Carmen Delia Niebla es otra de esas mujeres que conoce en profundidad los secretos de la alfarería gomera. El premio le parece una estupenda ocasión para reconocer este trabajo y a las mujeres que les han precedido durante una inacabable sucesión de siglos. “Está claro que esta labor no la haces por dinero. La haces porque te gusta y por mantener una tradición que consideras que es casi de la familia”, asegura.

De hecho, su madre es otro de los nombres de las loceras más legendarias; María Negrín Barrera, quien a causa de su edad ya no le puede dedicar tanto tiempo a estas labores. “Ahora le cuesta mucho, está un poco pachucha, a veces hace alguna cosa pero no es como antes”, indica. Su abuela hace apenas medio siglo se dedicó al trueque. Negrín Barrera también da clases a alumnos de Primaria y le gusta ver como los niños, una vez que comienzan a desentrañar los trucos de la alfarería, ¨se meten totalmente en ello”. Aún así, considera que existe un riesgo de que esta actividad se pierda.

Uno de los secretos para que las piezas queden a la perfección es el barro. Y ahí, El Cercado dispone de material de primera calidad repartidos en yacimientos por distintos sitios cuya ubicación se intenta mantener lo más discretamente posible. Luego está conseguir la mezcla perfecta entre el barro, arena y agua.

María del Mar Santana González también se dedica a esta labor y agradece que Canarias les dé esta medalla en reconocimiento a esta tradición “y a la cantidad enorme de horas que son necesarias”. Dedica este premio “a todas las mujeres que hacen de la alfarería su oficio y a las que, lamentablemente ya no están entre nosotras”, apunta con emoción. Cree que será una manera de que la gente conozca en realidad a esta tradición y el trabajo que trae consigo la elaboración de unas piezas cuya sencillez es sólo aparente.

“A veces viene alguien y te dice que quiere que le hagas tal cosa para mañana. No se creen que para hacer cualquier pieza necesitas semanas entre ir a buscar el barro, limpiarlo, hacer la mezcla, elaborarla, tenerla dos semanas secándola y ponerla durante cinco o seis horas en un horno, para lo cual también es necesario ir a buscar mucha leña. Pero la gente piensa que no, que esto se hace de un día para otro”. Por ello, aunque en ciertas ocasiones el precio pueda resultar elevado, en realidad pocas veces hace justicia al trabajo requerido. Apenas supone una compensación al esfuerzo y maestría que es precisa.

Una dificultad añadida son las restricciones que actualmente se imponen para recoger la leña del bosque. Santana González recuerda que hace años los vigilantes de lo que se conocía como Icona les traían ellos mismos la madera. “Nos deberían dar más facilidades”, apunta.

Sobre el futuro, indica que hoy las mujeres buscan alternativas como estudiar o buscar otro tipo de trabajo y es difícil dedicarse a tiempo completo a la alfarería.Visitar los tres talleres que aún sobreviven en El Cercado causa una sensación extraña. Apenas se pueden encontrar instrumentos y mucho menos maquinaria. La explicación es sencilla; la herramienta fundamental e imprescindible son unas manos adiestradas por la sabiduría heredada durante siglos.

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