La piedra valiente

15.02.2023 | Redacción | Relato

Por: Rut Quintana Santana

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Acomodado desde la hierba y como una piedra más parte de mi familia, formábamos un acantilado. Veíamos a los humanos pasear, pescar e incluso nadar. Pero a nosotros nos gustaba tanto estar quietos observando, que no queríamos cambiar. Cada día una experiencia nueva. Siempre pasaba algo, venía alguien, una pareja se daba un beso,  un niño sonreía o incluso veíamos pasar los aviones o los barcos.

Y ¿Por qué cambiar entonces? También las piedras cambian con la erosión, aunque no quieran, decía mi abuela.

Yo me aferraba. Quería ser siempre duro, siempre inquebrantable. Pero, pasados más días de los que recuerdo, recordé que no quería cambia. El agua salada y las algas que me golpeaban mientras sentía el fresquito de la brisa salada, me encontraba como en casa.

La sal cristalizada entre mis hendiduras, me hacía cosquillas. Había conseguido brillar a larga distancia. Seguro los aviones y los barcos podrían verme, e incluso en algunas ocasiones me hacían señas. Yo era feliz, simplemente y libremente feliz.

Acurrucado junto a mi familia, era feliz. De repente, un barco que venía de más allá de donde mis ojos podían acompañarme,  atraído por la fuerza de las corrientes marinas que nos retaban, quiso hacer lo mismo. 

El barco quedó encallado, una señora que solo portaba un bolso y un sombrero salió del barco como pudo. Ella lloraba por los pies, mientras yo le acariciaba sus heridas.

No te enamores de mi le dije, soy más viejo que cualquier marinero y sé más de las corrientes que cualquiera de los peces que merodean por estas frías aguas. Ya es tarde dijo la Lilian, vengo de donde se termina el mundo y allí ya no queda nada, solo miseria y pobreza. Prefiero quedarme contigo. Te escribiré un poema cada día, mientras miro como el mar te acaricia las oquedades que el tiempo te ha pintado.

Recita ese poema pues, que el viento lo guardará en el tiempo para los dos. Y la señora sin decir nada resopló.

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