18.09.2022 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
La espera me resultó larga y casi estaba a punto de marcharme cuando lo vi aparecer a lo lejos, venía corriendo por el bosque hacia mí. No entiendo por qué me citó en ese lugar. Me quedé por un momento absorta pensando en por qué acepté, y no le encuentro explicación. De pronto miré para verlo llegar y ya no lo vi, había desaparecido del camino. Comencé a llamarlo a voces, gritaba cada vez más fuerte, pronunciaba su nombre, y nadie me contestaba, como si se hubiera evaporado. Di vueltas y más vueltas por los alrededores, buscaba entre los arbustos por si se hubiera resbalado y caído o hubiera perdido el conocimiento, o por indagar alguna pista que me diera señales de su existencia, pero nada, todo fue estéril. Comencé a inquietarme y quería avisar a alguien que viniera en mi ayuda, pero no había forma, tenía agotada la batería, estaba incomunicada, además, con los desplazamientos que hice alrededor del lugar, ya no sabía cuál era el camino de la salida y estaba perdida. Comencé a llorar, sentía recelo, miedo y temor. Percibía sonidos de las hojas de los árboles y silbos de animales, las chicharras no paraban de cantar, y el ruido me aterraba. Sentí pánico de ver las sombras, parecían monstruos y me querían atrapar, no sabía para dónde correr, y seguí gritando su nombre, pero nunca más apareció. Resbalé entre las hojas y me vi rodando al fondo del barranco, entre la maleza; mientras rodaba tenía la certeza de que me despedía de este universo, recordé la cara de mi madre y luego todo se nubló, ya no podía pensar, no veía la luz, todo era penumbra. Retorné al mundo real, desperté en el suelo al pie de mi lecho.
Imagen: Isa Hernández | CEDIDA