25.07.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
No se habían visto jamás. Se conocieron aquella mañana en la consulta de medicina de familia, mientras esperaban en la sala antes de entrar a la visita médica. Al verse uno en frente del otro sus ojos se clavaron como imanes y no se podían dejar de mirar, Lo intentaban y no había forma de que desviaran la dirección de la mirada, como si algo extraño lo impidiera. Tampoco podían hablarse como para decirse alguna cosa que les indicara que se habían quedado magnetizados. Ella abría los ojos de color verde agua, como un búho, y él como con mirada perdida reflejaba el color miel de sus enormes luceros fijos en María. La gente de la sala se percató enseguida de lo que acontecía, pero nadie comentó nada al respecto. Fue entonces cuando la doctora abrió la puerta, llamó con tono alto a María y la sacó de su embelesamiento, ella entró dócil en el despacho sin desviar la mirada, y él la siguió con la suya. Cuando María salió de la consulta lo buscó, pero la silla estaba vacía, él no estaba, como si se lo hubiese tragado la tierra, nadie le supo decir nada. María anduvo el resto de su existencia buscando en cada aurora aquellos ojos que la extasiaron hasta dejarla encadenada de por vida a su recuerdo. Ya no pudo mirarse en otros ojos y, a veces, se preguntaba si todo habría sido realidad, un deseo o una quimera. Aún sigue suspirando por encontrar la respuesta.
Imagen de archivo: Isa Hernández