11.04.2022 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
La puesta de sol que miraba todas las tardes se avistaba ya en el horizonte. Ella acudía como siempre hacia la misma hora para encontrarse con él en aquel rincón, y juntos oteaban el ocaso. Yo los miraba por la rendija de unos arbustos que había cerca del lugar, y me moría de envidia al verlos tan acaramelados. Necesitaba estar allí para verlo, era lo único que me consolaba, él era mi amor platónico, pero ni por asomo podía aspirar a que se fijara en mí. Él ya había hecho su elección, y parecía que iba en serio con Linda por como la besaba hasta dejarla extenuada. Linda acudía acompañada por su perro Poli, y este permanecía callado a su lado y ni se movía mientras Lucas agasajaba a su ama. Una tarde la apretó tanto que Linda gritó tan fuerte que Poli ladró, Lucas le asestó una patada al animal que, más pareció una coz, dejándolo tan atontado que no se volvió a oír más. Linda se recuperó tan rápido como pudo y arropó a su perro lanzando una serie de improperios contra Lucas de forma que todo se volvió en su contra. Al ver el maltrato contra Poli se desmoronó mi fantasía hacia Lucas. Linda se alejó del rincón sola con su perro. No volví a mirar más a Lucas y desapreció de mi pensamiento. Al poco tiempo vi a Linda y Poli con un apuesto mozo paseando en la plaza del barrio. En el rincón ya no se miraba al ocaso, ni se recuerdan amores platónicos.
Imagen de archivo: Isa Hernández