21.11.2020 | Redacción | Relatos
Por: Isa Hernández
Confundía la imagen que se le aparecía y la llamaba en las tardes frías de otoño, a veces se mezclaba entre las hojas amontonadas de color serpiente, y se movía, pero persistía ante sus ojos abiertos como los de los búhos, como si eso le hiciera ver con más claridad. Se quedaba un rato quieta observando el jardín buscando entre la niebla, parecía un espectro, pero no alcanzaba a verla en su plenitud y, se conformaba pensando que otra vez será. Hablaba a solas con la foto que tenía en la mesa donde escribía, y le explicaba que no era un personaje de sus novelas, que la imagen que contemplaba desde su balcón en el jardín era real, que se le ponía el vello de los brazos como escarpias, pero que aun así seguía buscado, hasta averiguar quién se le manifestaba. Pretendía indagar quien era. Clara, no faltaba a la cita y desde donde estuviera al llegar la hora, regresaba al balcón en el que observaba la imagen. Alguna tarde no apareció, bien porque la espesa niebla no dejaba ver más allá del corto espacio que divisaba, bien porque no acudía a la cita. Clara lloraba con desconsuelo creyendo que no volvería más, y entonces esperaba hasta la tarde siguiente en que se aparecía de nuevo, y se quedaba contenta, agradecida y serena. Una tarde sombría, de lluvia y torbellino, se cansó de esperar a la imagen y, esta no regresó más. No logró averiguar su identidad. Desde entonces, un halo de tristeza nubla sus cansados ojos y, su sonrisa se muestra apagada como si le hubieran desvalijado la alegría. Cuando lo cuenta, a pesar del tiempo transcurrido, se percibe en el rostro de Clara un esbozo de sentimiento de pena, inquietud y nostalgia.
Imagen: Isa Hernández | CEDIDA