03.01.2021 | Redacción | Relatos
Por: Isa Hernández
No sabía cómo comenzar su relato. Era el primer día de 2021 que escribía, y no encontraba las palabras adecuadas, como si 2020 se las hubiera llevado todas y le hubiera vaciado el pensamiento. Intentaba recordar y no lograba entender nada de lo que había pasado; se miraba la cara en el espejo para cerciorarse de que estaba despierta y, frotaba la imagen plomiza en el cristal, que no le permitía adentrarse en la claridad, como si dudara de que era su propio rostro, como si no se reconociera. Atrás quedaba tanta pena, dolor y llanto en el desierto de sus noches, en sus amanecidas, desvelada, rogando que todo fuera un sueño y que la realidad fuera solo una quimera lejana en su incertidumbre. Su fantasía no podía ser cruel, bruna y solitaria, deseaba contar las historias que le producían desasosiego como si fueran reales. Vagaba en el tiempo lóbrego, y solo encontraba miradas tristes, apagadas y deseosas de ver amanecer. La luna color miel la acompañaba por las callejuelas empedradas que bordeaban su morada, y la percibía reflejada en los charcos como si quisiera decirle que un halo de esperanza se avecinaba y que todo lo que ahora acontecía quedaría albergado en el espacio de los recuerdos infinitos. Le avanzaba que la luz brillaría de nuevo, que las palabras brotarían de sus adentros para inundar con sus abrazos a tanta gente, y que la esperanza certera habitaría en todas las fibras de su ser.
Imagen: Isa Hernández | CEDIDA