La casa de su abuela

20.02.2021 | Redacción | Relatos

Por: Isa Hernández

A veces cerraba los ojos y le pasaba por delante una película de su niñez, desfilaban todos los personajes como si fueran reales. La miraban, reían y hasta pareciera que le hablaran. Le gustaba en especial recrearse en aquellos días estivales que pasaba en casa de su abuela. Se sentía halagada, inflada y premiada cuando su abuela pregonaba, ante todos los vecinos que visitaban la casa, que su nieta era muy discreta y que estaba orgullosa de ella. En realidad, a Delia le daba vergüenza de los halagos y alguna vez se escondía porque se le ponía la cara arrebolada y hasta se le aglomeraban las palabras cuando le preguntaban algo y no sabía que responder. Delia era una jovencita tímida, aunque no lo pareciera, y no le gustaba tanto agasajo en público. Se lo había explicado, pero su abuela no entendía de timidez; era clara, directa y no callaba nada que pensara, lo soltaba con desparpajo y decía que su nieta era bella por dentro por fuera y lo gritaba a los cuatro vientos. A su abuela le gustaba la desenvoltura, su lisa melena azabache y la voz clara de su nieta cuando entonaba alguna ranchera o cantos canarios, encarapitada en los almendreros o llenando un cesto de higos de leche, o bien detrás de las gallinas que picoteaban por las huertas que bordeaban la casa blanca de puertas de madera de tea y ventanas cuadriculadas. En ese tiempo la morada siempre estaba alegre y llena de gente, que, aún no se habían marchado. Recuerda que su abuela siempre le contaba que los que se iban antes, vivían en nosotros mientras los recordáramos, y por ello de vez en cuando Delia seguía evocando las risas de aquel tiempo, con nostalgia, pero a la vez feliz de haberlo vivido.

Imagen de archivo: Isa Hernández

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