11.01.2024 | Redacción | Cultura
Por: Pilar Medina Rayo
Grado en Derecho por la URJC y funcionaria de carrera
El origen de la Casa de Fieras de Madrid lo encontramos en el Palacio del Buen Retiro. En él construyó Felipe IV un lugar dedicado a animales exóticos prevaleciendo las aves. Los terrenos habían pertenecido al Conde Duque de Olivares en los cuales ya tenía éste una pajarera conocida como “el Gallinero”.
En 1774 es inaugurado por Carlos III el que se podría considerar el primer zoológico madrileño, y el segundo más antiguo de Europa, ubicado junto al Jardín Botánico, en lo que hoy se conoce como Cuesta Moyano o la librería más grande al aire libre de España. Su intención era mostrar a los madrileños animales tanto de Sudamérica como de Europa, Asia y África. Posteriormente, con Fernando VII, los animales serían trasladados a una nueva ubicación, dentro del Retiro, y que se conocerá como “la Casa de Fieras”, también conocido popularmente como “La Leonera” debido al fortísimo olor que emanaba de las jaulas de los pobres y hacinados animales. Esta nueva ubicación sería la definitiva hasta 1972.
Cada uno de los animales que vivieron allí, o quizá malvivieron, podría contarnos su propia historia, y trataré de darle “voz” a alguno de ellos. Hoy, por ejemplo, hablaremos de la elefanta Pizarro.
Pizarro era un elefante indio que procedía de Ceilán (actual Sri Lanka). Realmente era una hembra, pero le pusieron ese nombre para que formara pareja artística con otro elefante que respondía al nombre de Cortés. Así, a mediados del siglo XIX, Cortés y Pizarro recorrían las Américas con su espectáculo. Separado el dúo, la elefanta Pizarro llegó a Madrid de la mano de su domador y propietario, el norteamericano Mr. Eduardo Miller.
Pizarro continuó en el mundillo del espectáculo con un bochornoso entretenimiento y que, según parece, era muy del gusto de la gente de la época: la elefanta era encadenada a un poste clavado en medio del coso y, a continuación, se soltaba un toro bravo para que ambos pelearan, sobra decir el morbo que este tipo de luchas despertaba, provocando que los tendidos se llenarán “hasta la bandera”. Estas luchas tenían lugar antes de las tradicionales corridas de toros, llegando a luchar hasta con cinco astados bravos en Alcalá de Henares.
Como consecuencia de estas luchas, la elefanta llegó a perder un colmillo al ir a embestir contra un toro en Valladolid, dando con él en el suelo, imaginemos el dolor que debió sentir y la nula atención que recibió.
T anto la elefanta como los toros no tenían el más mínimo interés por enfrentarse en ninguna batalla, por ello, un grupo de mozos actuaban cizañando a los animales para lograr así la contienda.
Llegó el día en que Pizarro dijo ¡Basta!, se tumbó en el suelo y se negó a volver a pelear.
Su dueño tuvo que hallar una solución, así le buscó otro desempeño: abrir botellas de vino con la trompa y beberse el contenido. La pobre elefanta, tras abrir una tras otra botella y bebérselas, terminaba completamente ebria, lo que provocaba grandes risotadas entre el público.
Finalmente, el ayuntamiento de Madrid compró la elefanta para que formase parte de la colección de animales exhibidos en la Casa de Fieras de Madrid, donde se la llegó a conocer también como Pizarrín. Y allí estuvo hasta sus últimos días.
Pizarro murió en su maltrecho lugar 10 años después. Nunca conoció la libertad, nunca conoció un trato digno, nunca pudo correr…
No obstante, sí hubo un día en que Pizarro fue libre, al menos por unas horas.
Según se recogió en varias crónicas de la época, la elefanta rompió las cadenas que la tenían sujeta, destrozó vallas, puertas y cerrojos y salió libre a las calles de Madrid.
Su evasión frustrada finalizó en una tahona, en el Horno de San Onofre, en el que actualmente tienen un elefante pintado en recuerdo de aquel día. Allí entró el animal al olor del pan recién hecho y se comió todo lo que encontró. Posteriormente, y ya de nuevo en la calle, sintió un fuerte dolor de barriga, como consecuencia del pan caliente que acababa de comer, y cayó al suelo. Fue reconducida, nuevamente, a su cautiverio donde permaneció hasta su fallecimiento el 8 de julio de 1873. El periódico La Ilustración Española y Americana publicaba: "Ha fallecido, la semana pasada, el monstruoso paquidermo que, desde hace algunos años, vegetaba tristemente en el jardín zoológico del Parque de Madrid".