15.01.2024 | Redacción | Cultura
Por: Pilar Medina Rayo
Grado en Derecho por la URJC y funcionaria de carrera
El fortísimo olor penetrante que emanaba de las jaulas de la Casa de Fieras del Retiro, nos da una idea del hacinamiento que sufrían sus animales. Entre ellos, había un hermoso ejemplar de oso polar. Este animal, obligado a vivir en un entorno tan diferente a su hábitat, solo contaba en su jaula con una ducha de agua fría con la que poder hacer frente a los calurosos veranos madrileños.
Actualmente, en el Retiro, se conservan algunas instalaciones de la antigua Casa de Fieras a modo de recuerdo. Se han colocado carteles informativos que nos explican cosas como que “los elefantes nacen por naturaleza con tristeza en la mirada” o que los escasos metros de jaula en que vivía en absoluta soledad el oso polar le servía para “reflexionar” sobre lo que había hecho, pero ¿qué había hecho el oso polar?
Hacía poco se había acometido una reforma en la Casa de Fieras, aun así los animales seguían hacinados, contando con escaso espacio, por lo que seguramente esta fue la razón del suceso.
El oso polar vivía en una jaula redonda excesivamente pequeña para un animal de su envergadura. Imaginemos como sería su día a día, encerrado en soledad en su pequeña jaula, en un entorno desconocido, el griterío de la gente contemplándolo asombrada.
A juzgar por los hechos, aquella jaula no fue sino una tortura y fuente de desesperación para el animal que, a diferencia de la elefanta Pizarro, jamás volvió a ella después de su revuelta.
El 21 de septiembre de 1928, el periódico ABC publica la siguiente noticia “Se escapa el oso blanco del Parque Zoológico, hiere gravísimamente a un hombre y es cazado a balazos”
Un año antes, el oso, ya había realizado otro ataque a un cuidador, causándole la muerte. Un guarda le disparó en una pata. El animal, al sentirse herido, huyó a buscar refugio a lo único que había conocido, su jaula de apenas 2 metros cuadrados. En ella siguió languideciendo y, por qué no, enloqueciendo un año más.
A raíz del ataque, la jaula fue reforzada con gruesas cadenas alrededor de los barrotes y un rudimentario sistema de seguridad que consistía en dividir la jaula en dos con una reja, el mozo encargado de limpiar la estancia del oso, le echaba un trozo de pan duro en una parte, el oso acudía a comerlo, le encerraba para así él poder limpiar con seguridad la otra parte de la jaula y, después, repetía la operación. Algo sencillamente básico.
David Rodríguez, el nuevo cuidador, cometió la imprudencia de olvidar el protocolo, algo que pagó seriamente. El 20 de septiembre de 1928 deja la puerta sin cerrar, el oso entra tranquilamente donde está el cuidador y la tragedia comienza.
David al ver al oso grita y hace aspavientos con sus brazos, el oso, creyéndose atacado, se levantó sobre sus patas traseras asestándole un par de zarpazos en la cabeza. Continuó ensañándose con él, corriendo por el parque y volviendo a su víctima para continuar dándole nuevos zarpazos, mientras el hombre yacía en tierra sin conocimiento.
A su ayuda llegó otro trabajador que se lio a “estacazos” con el oso que acabó huyendo a la calle de Menéndez Pelayo.
En su búsqueda fueron Cecilio Rodríguez, jardinero mayor, y su hijo, ambos armados con escopetas que cargaron con cartuchos de ¡perdigones! Según ABC, poco le hicieron con esa munición. El oso, al sentirse agredido, o salía huyendo o se elevaba sobre sus patas traseras para hacerles frente. Finalmente, piden nueva munición, esta vez son balas. Cargaron sus escopetas, apuntaron con serenidad, y disparan…
Ese día, en el cielo de Madrid, un oso blanco corre al fin libre, soñando que las nubes blancas son su querido Ártico. Mientras, en la tierra, un oso blanco yace muerto sobre el césped de la Casa de Fieras.