16.02.2023 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
No pensaba salir, pero recibió la llamada de Lola y, tras un buen rato para convencerla le prometió que saldría solo una noche. Le propuso el sábado porque el lunes siempre había más gente y ya le agobiaba un poco tanto gentío. Se tuvo que mentalizar porque hacía años, desde que él partió, no salía y ya había dado carnaval por visto y revisto. Mucho lo había disfrutado en tiempos pasados y no le quedaba ningún deseo de volver a pasar las noches en las calles haciendo colas para ir al baño o buscando algún rincón.
No tenía disfraz, pero Lola le prestó uno de su hermana Lena que era más de su talla. Lola casi tenía el doble de cuerpo que ella, que era más bien baja y delgada. Eva era tímida y le costaba integrarse, se aburría, y si la piropeaban se sentía incómoda, y en carnavales ya ves, no paraban de decirle cosas, y se refugiarse tras de Lola a la que no le decían nada, puede ser por su envergadura y su apariencia extrovertida. Con las copitas y la música se animaron y con su disfraz de margaritas se contonearon por las zonas de más afluencia.
Avanzada la noche y en medio del baile se le clavaron unos ojos color miel conocidos, que, ya había olvidado, y sin querer o queriendo se abrazaron mientras bailaban entre la multitud, y así estuvieron largo rato. Lola se despistó de ella enrollada con un amigo de la facultad. Cuando amaneció ni recordaba qué había pasado en el baile, pero estaba con Javi, hablando por los codos, recordando el pasado y haciendo cola para los churros. Quedaron para verse en la sardina. Lola no tuvo que insistirle para volver a salir; se sentía como si se hubieran avivado todas las mariposas a la vez y le revolotearan en el estómago. La serendipia removió su vida el sábado de carnaval.