30.01.2021 | Redacción | Relatos
En la pared blanca, delante de mi mesa, donde escribo cada noche mis relatos contemplo el cuadro grande que traslada a mi mente silenciada tu recuerdo, amigo, el cuadro que pintaste un día para mí, con todo tu afecto, esmero y júbilo, en aquel tiempo feliz que, cada día compartíamos con jaleo, risas y deseos de miras al mañana que quedó atrás, dormido entre las sombras. El óleo, de marco azabache con filo dorado que guarda en su interior el jarrón tiznado lleno de amapolas blancas y rojas, rodeadas de espigas secas, acopiadas con tu pincel, en el campo de tu tierra adorada desde donde se pierde la vista en el horizonte de los mares verde oliva. Llega a mi evocación noches de tertulias interminables, imágenes detalladas de pintura, y jolgorio de amistad de verdad de la buena, de la que dura toda la vida a pesar de la distancia y del tiempo. Los encuentros cada vez más espaciados, debido a los avatares de la vida no han mermado mi memoria ni un ápice, y puedo ver pasar mientras escribo las figuras emitiendo el eco de nuestras voces y el tintineo del hielo en el cristal de los vasos al brindar por un año más. Mis flores preferidas destacan y presiden mi estancia y, hasta parece que suena tu voz, cuando abanicabas para secar el barniz, junto al jarrón que adorna los sentimientos albergados en mi alma. Gracias, amigo.
Imagen de archivo: Isa Hernández