14.11.2021 | Redacción | Relato
No entendía las murmuraciones de sus amigas cada vez que pasaban delante de alguna biblioteca o librería. Yoli tenía que pararse a mirar el escaparate o bien entrar en sus dependencias a ojear ejemplares, dispuestos en riguroso orden en los anaqueles repletos de libros. Le fascinaba contemplarlos, tocarlos y diferenciar el dibujo y colorido de sus lomos o sus portadas. No podía dejar de leer las sinopsis de alguno que, con disimulo hojeaba, como si lo fuera a comprar, como si tuviera el caudal necesario para ello, y nada más lejos de la realidad. Se sumergía en los mundos imaginarios de algunas de aquellas historias de fantasía y se sentía transpuesta como si volara a lugares lejanos del infinito. Sus amigas pretendían ir de tiendas de ropa y, no se sentían identificadas con ella, y por ello debía ser rápida para no incomodarlas, pero su ilusión era bucear en los relatos de los libros y no le importaba olvidarse y perder la noción del tiempo entre las letras, envuelta en las palabras que los escritores emplearon al escribir las apasionadas historias. No encontraba aliciente en otras tiendas, pero asumió con respeto el deseo de sus amigas y se desprendió de su entusiasmo. Ante sus preguntas solo pudo decirles que los libros eran su universo, y ante ello sus amigas la observaban con extrañeza, con guasa y hasta la miraban con sorpresa. Yoli sabía de sobra que ellas no entenderían su pensamiento embrujado, ni tampoco tenía las palabras adecuadas para explicárselo; ese sentimiento no lo podía referir, exponer ni transmitir, es como si fuera inefable.
Imagen: Isa Hernández | CEDIDA